Días de adaptación con sabor a Ecuador.

   Me encontré a mi misma trabajando en ese sitio. Contra mis pronósticos mas no contra mi voluntad. Me había mentalizado para salir pronto del sitio donde estaba viviendo con los chicos venezolanos, y cada día se me hacía más imperativo salir de ahí. Entonces este no tan inesperado trabajo, me cayó como anillo al dedo para mis deseos. 
   El miércoles 2 de septiembre del año 2015, había tenido toda la tarde del día anterior para pensármelo y prepararme psicológicamente para la experiencia que significaría trabajar con niños tan pequeños; se lo había contado a Ramón y tanto él como José estuvieron de acuerdo en que la oportunidad era como caída del cielo, y que a partir de esa experiencia yo me abriría camino hacia lo que me había propuesto. Ese miércoles comencé a trabajar en esa institución. 
    Los recuerdos de ese día son un poco borrosos, pero sé que no fui con la expresa intención de comenzar a trabajar de una vez, sino más bien con la de darle mi respuesta positiva a la directora de la institución, con la que había acordado que retornaría para ello y de allí ella me daría las indicaciones de cuáles serían los siguientes pasos a dar. Recuerdo que llegué y en lo que conseguí a la directora, ella sabía cuál era mi respuesta. Me presentó a la inspectora (aquí, los inspectores son una extraña e híbrida figura que no conocemos en Venezuela. Son como los coordinadores de bachillerato, pero funcionan en todos los niveles de las escuelas y colegios. Se encargan de llevar el control de asistencia de los alumnos, curso por curso, de supervisar y controlar el buen comportamiento de los estudiantes, y de vigilar también que los maestros cumplan sus funciones. Suele haber inspector por etapa educativa, es decir, el inspector de primaria no es el mismo que el de secundaria, y dentro de la primaria y la secundaria hay unas subdivisiones también, que acaban haciendo que para primaria hayan unos 2-3 inspectores, y para secundaria 4-5; pero eso dependerá también de la institución). La inspectora me cayó bien de una vez, aunque se notaba un poco estricta pero con cierto aire de camaradería. Sentí que el agrado fue compartido, pero hoy no sabría asegurarte que haya sido así. Ella me preguntó si quería empezar a trabajar ese mismo día o me incorporaría al día siguiente, y le dije que de una vez, para no darle más vueltas al asunto. Nunca le oculté a ella (creo que a nadie de allí), que trabajar con los niños pequeños no era algo que me agradaba demasiado, y en ese sentido ella trató de apoyarme lo más que pudo. Me condujo al área del auditorio (amplio y grande), donde debía presentarme a los niños con los que trabajaría. Yo había llegado casi al mediodía a darle mi respuesta a la directora, y justo a esa hora ya los niños de básica estaban entrando para la jornada de la tarde. Ahí supe entonces que mi horario sería el vespertino, y eso me hizo muy feliz, porque entraba a las 10:30am y salía a las 7 de la noche. Esto significaba que mis mañanas serían respetadas para dormir un poco más, y eso lo agradecía yo profundamente. Tenía que estar desde esa hora por un tema de cumplir con 8 horas de trabajo, porque los niños realmente entraban a las 12:00 o 12:30, no recuerdo muy bien. 

Poco a poco me fui "ecuatorianizando".
   Me sentía fuerte y firme en todas mis resoluciones, de modo que no me amilané por la novedad de la experiencia, por entrar a ese auditorio y sentir las miradas de todos los profesores que estaban ahí adentro caer sobre mi persona. Sabía que era el blanco de las miradas y de la atención de esas personas; sabía que toda yo iba a ser el tema de conversación de las siguientes horas. Lo que nunca imaginé fue que sería tan importante para ellos, que se mantendrían hablando de mí durante todos los meses que pasé en la institución: en resumidas cuentas, la fiebre por mí nunca se les quitó. Sabía también que era prudente y sensato mantener un perfil bajo por la naturaleza de la institución, pero dentro de mí me parecía absurdo tener que aparentar ser evangélica cuando no lo era por un tema de preservación de mi empleo. Ningún empleo debería estar condicionado por órdenes de creencias religiosas. Peor aún si esa creencia religiosa profesa al amor como su supuesta esencia. El amor respeta, el amor acepta, el amor acerca. 
   Sabía también que debía mantener prudencia y decoro respecto a mis gustos sexuales, porque aunado a la primera cuestión, la segunda era aún más grave para esa gente. No obstante, los siguientes días me fue un poco difícil mantener eso, porque todo el mundo quería saber de mí, quién era, cómo había ingresado a la institución, por medio de quién, de quién era yo conocida, de dónde venía. Literal, Dani. Me abordaban profesoras que yo no conocía solo para preguntarme cómo había entrado a la institución, y mi relato les parecía tan increíble que sus caras no lo podían ocultar. No fue sino un tiempo después que supe que entrar a esa institución no es tan sencillo como llevar tu hoja de vida y que te llamen. Hay un montón de requisitos que piden y pruebas que le hacen a los aspirantes, y yo no vi nada de eso. En ese momento me contentaba pensar que no tuve que pasar por nada de eso porque le caí bien a la directora. Hoy sigo pensándolo, pero pienso también que tanto esa institución como yo teníamos cosas que darnos la una a la otra. Y no me equivoco en mi pensamiento. No fue tanto la institución como tal, sino lo que me dejó la institución en términos de calor humano. 
   El primer día fue como un torbellino de muchas cosas. Estaba en ese proceso de adaptación en el que al principio todo es caótico y no alcanzas a definir bien todo lo que ocurre. Algo se me grabó: la profesora a la que estaba sustituyendo, una amable y simpática mujer que fue una de las primeras en interrogarme respecto a quién era yo. Geraldine fue muy atenta conmigo esos primeros días, me llenó de consejos y de tips para llevar a cabo el rol que ella había venido desempeñando durante los últimos 5 meses. Como auxiliar al docente, yo tenía que supervisar que los estudiantes copiaran sus clases completas, que copiaran las tareas, que tuvieran sus cuadernos en orden. Tenía que notificar al docente o al representante (según fuera el caso), cualquier eventualidad respecto al niño. Tenía que llevarlos al baño cuando lo pidieran y en general hacerme cargo de ellos cuando hubiera cambio de docente. A diferencia de cómo funciona el sistema educativo primario en Venezuela, acá en Ecuador la primaria es similar al bachillerato, en el sentido de que los estudiantes tienen un profesor por materia. Entonces el lapso entre irse un docente y llegar el otro (si es que se demoraba) yo debía mantener el orden de los mocositos. 
    Ese día fue de aprendizaje para mí. Aprendí que a los transportes escolares se les dice "expreso". Me seguía chocando el tema de que al llamarme, me dijeran "miss", pero empecé a tomármelo como algo agradable imaginándome que yo era más miss que las mujeres que estaban ahí, en el sentido venezolano del término 😂😂😂 Terminé mi jornada y salí de los niños sintiéndome exhausta. Recuerdo que al cierre del día, la inspectora me preguntó qué tal había sido la experiencia, y le confesé que había sido muy cansona, que tenía demasiada responsabilidad con esos niños, y por todo gesto ella me palmeó y me dijo que ya me acostumbraría. 
    Los días siguientes me dediqué a sumergirme en la experiencia de estar entre ecuatorianos. José siempre llegaba a la casa cansado, y casi siempre hablando mal de los ecuatorianos. Ramón hacía comentarios similares respecto a ellos. Para mí fue grato ver que eran tan amables y preguntones (para no decir que son entrometidos, que lo son). Empecé a conocer su gastronomía, porque en el trabajo almorzaba, y lo que servían allí era obviamente ecuatoriano. Al comienzo lo más notorio para mí fue que comían muchísimo arroz. Poco a poco me di cuenta que comen muchísimo todo. Que comen mucho. Geraldine me obsequió unos zapatos el 2do día de trabajo, y fue un alivio enorme porque eran unos zapatos mucho más cómodos que los que había llevado el primer día y los que usaba ese segundo día. Eran más apropiados para pasar de pie durante toda la tarde. También me presentó a su esposo, Raúl, y para el día viernes (mi 3er día de trabajo) organizó una salida a un centro comercial que quedaba cerca de la institución, donde estaríamos con otros colegas de la institución, para que me fuera familiarizando y como muestra de apertura. Ahí conocí a Paula. Conocí a otros más, pero quien se me quedó en mente fue Paula. 
 Faro en la cima del Cerro Santa Ana con los colores de la provincia.
    Siempre me preguntaban por la situación del país, ya te conté de eso, pero siempre quedaba con la desazón de que nadie profundizaba en la problemática ni sostenía debates interesantes al respecto. Pensé que con Raúl sería posible, pero aunque podía ser muy filosófico para algunas cosas, para otras es absolutamente diletante. Entonces Paula fue diferente. Con Paula, casi sin conocerla, me guindé en una discusión acerca de la problemática venezolana que terminó derivando en la problemática ecuatoriana, sobre la que yo no sabía nada. Te explico, yo vivía como en una burbuja pensando que en Ecuador la vida era color de rosa. Y ciertamente, si la comparamos con Venezuela, tanto cuando me vine como ahorita, sí lo es. Pero hay ciertos elementos que acusan la similitud del proyecto político que se ha llevado en ambos países. Lo que más me fascinó de Paula es que había votado por Correa, que antes había sido correista, y ahora se había dado cuenta de muchas cosas que no estaban bien, que había muchas incoherencias y contradicciones entre el discurso y el hecho. Me molestó que me sacara de mi burbuja, quise refutarle que ellos no tenían ni idea de la dimensión crítica que se vivía en Venezuela, pero vez tras vez consiguió hacerme ver que Ecuador podía estar dirigiéndose a esa dirección, lento pero seguro. Acabé dándole la razón y fue una derrota indolora, matizada por la admiración que sentí hacia ella. 
    Tras ese intenso debate y las puertas abiertas respecto a gente interesante en esa institución, que hasta el momento solo me había mostrado gente monótona y predecible, mi fin de semana fue bastante aburrido y tranquilo. Rechacé salir con los chicos venezolanos y me sumergí de lleno en la escritura de mi novela, que cada vez tomaba un cuerpo más definido y maduro. Me preparé para la que sería formalmente mi primera semana completa en la institución, y me sentí feliz y satisfecha de estar comenzando esa nueva etapa. 

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