De las sutilezas que tiene la discriminación

Como todos los años, hoy 28 de junio se celebra el Día del Orgullo LGBTI. Como ningún año de los que tengo en Ecuador, la preparación para la marcha con la que se conmemora el día y su significado este sábado 1 de julio en Guayaquil, recibió una sorpresiva noticia: el nuevo alcalde sugirió, muy amablemente por supuesto, que la marcha se realizara en otra parte de la ciudad, una donde no se obstaculice el tráfico y no genere caos que se haría en la zona céntrica de la ciudad porteña. 

Su mensaje personal, difundido a través de un video por su cuenta de twitter fue una magistral clase de colectivismo, al mismo tiempo que su estilo pacífico, sereno y seguro de sí mismo, transmite la idea de que su postura es razonable, que no hay discriminación en esta, y que por el contrario busca respetar y ser respetado a través del modelaje. 

Ahora bien, tras haber permanecido durante un poco más de cinco años en un lugar de trabajo donde la discriminación se matizaba con la conveniencia de complacer a otros, o no incomodar a otros, reconozco las buenas maneras que pueden usarse, e incluso defenderse, para discriminar a otras personas. 

El asunto va más allá de las palabras. Tiene que ver con una creencia. Las creencias, es sabido, nos ciegan a todo aquello que las contradiga, incluso si lo que las contradice tiene mayor evidencia que eso en lo que creemos. La creencia del alcalde le impide considerar objetivamente la situación que han vivido y todavía viven las personas que pertenecemos al colectivo LGBTI. Una creencia objetiva observaría que la persecución, el juicio, el rechazo y el desprecio están todavía a la orden del día. Le bastaría a cualquier persona con detenerse un momento a leer un elevado porcentaje de las respuestas que ha recibido el tuit del alcalde, muchas de las cuales emplean adjetivos como: <<retorcidos, enfermos, menestrón, zorros, degenerados, maricones, inmorales, despreciables, indecentes, exhibicionistas>>, todas, palabras que reflejan el sentir de un grupo numeroso de personas que piensa que sentir atracción sexoafectiva por alguien del mismo sexo es algo que debe rechazarse. 

Imagen de naeim a en Pixabay. Las marchas del orgullo ostentan la reputación de ser coloridas, llamativas y extravagantes. 

Por esa realidad objetiva de rechazo y persecución metafórica (aunque en algunos casos ha sido literal) es que existe la celebración del 28 de junio con su consecutiva marcha, como una manera de protestar, recordar, reivindicar y celebrar que existimos y que hemos ganado algunos espacios, aunque no los necesarios. Objetivamente, esto podría comprenderse de haber la voluntad de hacerlo. Es algo que han hecho personas como el escritor ecuatoriano Raúl Vallejo, quien además escribió una novela muy dura que retrata el sombrío panorama que viven las personas transgénero en el país. 

Esa es la razón para que una marcha se tome el centro de la ciudad y bloquee los espacios de libre tránsito durante un aproximado de 7 horas, creando caos y paralizaciones que ilustran de manera metafórica y breve, lo que tenemos que padecer las personas homosexuales y trans en nuestra cotidianidad. Vivimos con nuestras vías principales bloqueadas de manera constante por una sociedad para la que somos unos enfermos, y en el mejor de los casos, gente indecente que no debería hablar de lo que hacen en la intimidad. No se trata de venganza, se trata de demostración, que es diferente. Tampoco se trata de victimización. Una postura de victimización se limitaría a quejarse porque somos discriminados, hundiéndose con ello en un pozo de autocompasión, y no existirían las marchas, porque se requiere voluntad y orgullo propio para participar en una movilización donde te distingues como alguien que es considerado un inmoral. Esas cosas no las hacen las víctimas. 

"Cuando se administra una ciudad hay que hacerlo con objetividad priorizando el colectivo y el orden ciudadano". La objetividad, como desarrollé en los párrafos anteriores, observaría que la razón de la marcha va más allá de una superficial celebración, aunque hay muchos que la catalogan como eso. Es muchísimo más que una celebración, y posturas como las del alcalde de Guayaquil en este año son una prueba de que se precisa seguir protestando y marchando. 

Ahora bien, sobre la clase magistral de colectivismo, preguntaría de manera muy genuina, ¿qué significa que Guayaquil esté por encima de cualquier agrupación? ¿Quién compone la ciudad de Guayaquil sino, precisamente, todas las agrupaciones que conviven en este artificial espacio revestido de tradiciones ficticias? Si Guayaquil está por encima de cualquier agrupación, significa que alguien que represente a "Guayaquil" es quien está por encima de cualquier agrupación, y es quien decide qué agrupación tiene más peso que otra. En este caso, el alcalde se ha arrogado ese derecho, y ha determinado que el derecho de las personas que no pertenecen al colectivo LGBT es más importante que el derecho de un colectivo que pide protestar por una realidad social de la cual son excluidos una y otra vez. 

La sutileza de sugerir amablemente que la marcha se realice en otro lado de la ciudad, un sitio donde "las condiciones y requerimientos" puedan albergar un evento de las dimensiones que tiene la marcha, no borra lo que está de fondo en el pensamiento del alcalde: una marcha con las dimensiones que tiene la del Orgullo obstaculiza innecesariamente la ciudad, no es importante, no tanto como un mitin político, al cual puede permitírsele que circule en caravana por varias calles de la ciudad y se congregue en un lugar populoso de Guayaquil, un día de la semana en plena hora pico de la tarde (4:00pm). Si esta administración fuera diferente, como refiere muy sereno el alcalde, habrían hecho las cosas diferentes en su cierre de campaña para no "obstaculizar el paso" de la mayoría de personas que un jueves en la tarde trataba de regresar a su casa. 

En ese razonamiento puede observarse cómo hay algunas agrupaciones que son "más iguales que otras" y que son quienes están por encima de todas las otras agrupaciones. Entonces no es "Guayaquil" la que está por encima de cualquier agrupación, es quien lidera esa ciudad quien está por encima de cualquier agrupación. 

Para "administrar con objetividad" hay que ser objetivo, y parte de ser objetivo significa considerar que el bien común es un concepto abstracto y poco práctico para gobernar, porque se gobierna para todos y para nadie al mismo tiempo. En cambio, considerar que el valor del individuo es superior al del colectivo es plantear una afirmación objetiva. Esta premisa se basa en que nacemos y nos formamos como entidades individuales y no como seres colectivos. Aunque estamos formados por numerosas células, estas operan de forma individual para producir los resultados que nos hacen un existente (una unidad, un individuo). De esto se sigue que ningún colectivo puede estar por encima del bienestar individual.  Si entonces el valor del individuo es superior al del colectivo y por ende ningún colectivo puede estar por encima del bienestar individual, no es objetivo afirmar que una ideología, ciudad, nación, país o ley están por encima de los derechos individuales de las personas. Ergo, Guayaquil no puede estar por encima de los derechos individuales de las personas que conforman agrupaciones dentro de la ciudad. 

"Tenemos que pensar en el prójimo, en el otro", "Convivir con respeto con otras personas". En este razonamiento de pensar en el otro, lo que no está explícito en el discurso es que tenemos que pensar en el otro que piensa como nosotros, o en el otro que es mayoría, porque de ninguna manera se está pensando en el otro del colectivo LGBTI, este es minoría y como tal, ciudadanos de segunda categoría que deben incomodar lo menos posible. 

Las buenas maneras no desaparecen la discriminación, solo la encubren para cuidar la imagen pública porque después de todo, "estamos en sociedad y tenemos que respetar a los otros" de los pensamientos más obscenos que la gente no se atreve a pronunciar. Pero si el alcalde no se atreve a hacerlo por un asunto de cuidar su imagen, las muchas personas que han comentado su publicación y todas las publicaciones que tienen que ver con el tema, sí se atreven y lo hacen con saña, empleando cualquier cantidad de adjetivos o de razonamientos falaces que encubren o directamente demuestran el profundísimo rechazo que subsiste en la sociedad ecuatoriana, y en particular, en la sociedad guayaquileña, hacia las personas homosexuales. Es decir, que su deseo de guardar las formas y mantener una imagen de respeto ha convocado las manifestaciones más aberrantes y siniestras por parte de todos aquellos que, como él, no están de acuerdo con que existamos y nos manifestemos, pero que a diferencia de él, no tienen que guardar apariencias y pueden escribir lo que piensan libremente. 

Por esta realidad es que se hace preciso, hoy más que siempre, marchar y manifestarse, exhibirse, mostrarse, incomodar, transgredir, desobedecer. ¿Qué derecho estamos impidiendo al marchar? El de transitar libremente no lo está siendo, en verdad, las personas pueden transitar con tráfico y demoras, las mismas que viven en un día de congestionamiento por campañas electorales, pero ¿por qué contra eso no se protesta? Porque eso no molesta en verdad. 

Pero es muy difícil reconocer esta verdad de manera honesta, como muchos religiosos, es inconveniente decir de forma abierta: "no me gusta la homosexualidad, no la entiendo, me desagrada su existencia" y por eso justifican su desagrado con que a "dios" no le agrada, del mismo modo en que el alcalde de Guayaquil justifica su desagrado con un "ningún grupo está por encima de Guayaquil y del orden que debe imperar en esta ciudad".  

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