El inicio de una nueva vida.

     El taxi que tomamos en el terminal terrestre de Ipiales, nos dejó en el edificio de migración colombiana donde, ateridos de frío, nos bajamos Jorge y yo para que nos sellaran el pasaporte que diera cuenta de nuestra salida de tierras colombianas. Acto seguido caminamos en dirección al puente sobre el río Carchi, y lo cruzamos en medio del frío y de la madrugada de ese ya lunes 10 de agosto del año 2015. Al llegar al final del puente, caminamos unos metros más para llegar al edificio de aduanas ecuatorianas donde me puse un poco tensa al notar que aquí no iba a ser como en Colombia, donde nada me registraron. Aquí me llevaron primero a un área de inspección para abrir mi gran maleta y sacar prácticamente todo lo que con tanto esfuerzo había conseguido acomodar la noche antes de mi salida de Rubio. Los funcionarios me llenaron de preguntas acerca del motivo de mi entrada al país, y no me sentí confiada para decirles que iba a quedarme. Les referí estar de visita y luego seguir hacia Chile, donde me radicaría; eso explicaba el por qué llevaba conmigo mi título universitario, que hasta eso revisaron buscando señales de droga. Más tarde supe que se habían afincado en la revisión conmigo porque resultaba sospechosa al ser una mujer joven viajando sola. Me pareció una ridiculez, querido hermano, pero así están las cosas en este lado del mundo: estamos llenos de prejuicios y estereotipos absurdos. 
Puente Internacional Rumichaca. Créditos: El ciudadano.com 
      Me presenté luego en la ventanilla de migración para que me sellaran el pasaporte de entrada al país, y ahí sí dije que iba a quedarme en Ecuador. Me concedieron 90 días en calidad de turista y me sellaron el documento, para poder salir de ese lugar. La oficina estaba un poco concurrida aun siendo pasada la 1 de la mañana. Algunos venezolanos estaban en ese lugar, colombianos y ecuatorianos, pero le hice señas a Jorge de que nos fuéramos rápido porque no tenía ningún interés de interactuar con los compatriotas. Buscamos un taxi para que nos llevara al terminal de Tulcán y poder abordar un bus con destino a la ciudad de Guayaquil. En el trayecto de unos 25 minutos, Jorge y el conductor se pasaron hablando de diversos temas, pero yo estaba silenciosa, pensando en que ya me había recorrido un país que me separaba de mi tierra de origen, en qué rápido se me había hecho todo, sencillo y sin mayores complicaciones. Cuando llegamos al terminal de Tulcán, había un solo bus con destino a la ciudad capital de Quito, porque el que iba a Guayaquil directo, recién 5 minutos antes se había ido. Lo lamenté grandemente, porque me sentía agotada y ya quería llegar a mi destino final y poder descansar. Sabía que haciendo escala en Quito, el viaje se extendería mucho. No había de otra, tocaba hacer eso así, porque el próximo bus saldría temprano en la mañana y daba lo mismo esperar, o irnos en ese bus a Quito y de ahí salir a Guayaquil. Y pensándolo bien, no daba tan "lo mismo", porque en Tulcán hace demasiadísimo frío y yo quería irme de ahí. 
      Dormí un poco en el trecho de Tulcán a Quito. Eran las 2 de la mañana cuando salimos de Tulcán, y llegamos al terminal de Carcelén, al norte de la ciudad, entre 4:30 - 5:00am, llegando a nuestro destino final en el terminal de Quitumbe a las 5:45am. Ahí también hacía muchísimo frío y lo primero que hice al llegar fue comprar pasaje para la ciudad de Guayaquil en la misma compañía en que habíamos comprado pasaje la primera vez que estuve en Ecuador, en el mes de abril de ese mismo año. Tras hacer eso, fui rápida a tratar de llamar a Ramón (el amigo que me iba a recibir en Guayaquil), pero no logré dar con él. También es que sabía que era muy temprano y tenía pocas probabilidades de conseguirlo despierto, pero tenía que intentarlo. Esa fue la primera vez que estuve ante un teléfono internacional, teniendo que marcar unos números que no entendía bien cómo era que se marcaban, por tener códigos distintos a los venezolanos. Compramos algunas cosas para picar en el bus con destino a Guayaquil, y nos fuimos al andén para abordarlo. 
      Salimos a las 6:30 de la mañana y una vez más me sentía emocionada de pensar que iba a poder ver todo el camino de ida, como no lo había podido hacer la primera vez que vine en abril. No obstante ese bus se detuvo demasiadas veces para nada, y un viaje que normalmente dura entre 7-8 horas, se me hizo unas eternas 9 horas. En el trayecto piqué comida comprada en el terminal de Quitumbe, compré otras cosas que me llamaron la atención en alguna de las mil paradas que hizo, dormí un poco, hablé con Jorge de mis proyectos al dejar mi tierra por una nueva tierra, y me puse en contacto con Ramón, al pedirle a un pasajero que me regalara un mensaje de texto. Debía estar llegando entre 1:00 y 2:00pm, pero acabé llegando a la 3:30pm. Y así, tras hacer un viaje que me empezaba a parecer eterno por los muchos kilómetros recorridos, llegué finalmente a Guayaquil, una calurosa tarde de agosto. Procuré conectarme pronto a una red y le avisé a papi que ya había llegado a Guayaquil con todo bien. Ramón me dio las señas para llegar al sitio donde vivía junto a su pareja, y entonces me despedí de Jorge, deseándonos mutuamente lo mejor y ayudándome él y su hermana, a mandarme en un taxi que no se aprovechara de mi condición de extranjera y quisiera cobrarme una tarifa alta a cambio de llevarme a las residencias a donde iba a llegar. Una vez en el lugar de vivienda de Ramón, me ayudó a bajar todas mis cosas y me ayudó a llevarlas al interior de la casa que recién estaba estrenando con su pareja. El sitio es amplio, pero estaba pelado, porque ellos habían estado viviendo en lugares amoblados, y ahora que tuvieron la oportunidad de mudarse a un sitio así, resultaba que tenían que adquirir varias cosas indispensables.    
Terminal-centro comercial. Créditos: página del Terminal.
      Te confieso que ese inicio me deprimió un poco, pero me recordé que yo me fui para empezar de cero, y empezar una vida nueva. 

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