Apología a la docencia: de los mundos cuadrados o de los falsos educadores

 En las escuelas, que tanto enorgullecían al pasado siglo, no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu. 

José Ortega y Gasset.



El sistema educativo actual en América Latina 
Imagen de Dimitris Vetsikas en Pixabay


El año pasado cumplí 10 años de haber iniciado mi camino en el mundo de la docencia. Hace 8 años terminé una primera etapa que me enseñó muchísimas cosas y sobre la cual compartí unas reflexiones que el día de hoy sigo sosteniendo, aunque con una visión más comprometida, más integradora de la importancia que tiene la educación en nuestras sociedades. Esta nueva entrada de blog va de hacerme un homenaje y de cerrar una etapa de mi vida, al mismo tiempo que abro otra etapa, que sigue alineada con la docencia y la educación. 


Como transformadora de sociedades, la docencia se erige en un silencioso pedestal inadvertido. Su papel trasciende espacios y tiempos. Su compromiso con la sociedad es incuestionable. A este importante rol social le hace falta, más que conexión con la realidad, una reflexión profunda sobre sus implicaciones en la cotidianidad. Le hace falta filosofar más y exigir menos. 


Durante los últimos 10 años he liderado un importante y muy serio espacio político dentro del salón de clases. La ‘polis’, muy apegada a su etimología, de los salones de clases, precisa de un liderazgo que haga consciencia de las diferencias y enseñe a trabajar en las adversidades. Esta minúscula ciudad del salón responde a una organización más grande (la institución educativa), que muchas veces ordena instrucciones que van en contra de la formación eficaz de ciudadanos. En ese momento el docente tiene la obligación moral de instruir a los ciudadanos que forma para que levanten su voz y se conviertan en individuos que luchan por sus convicciones. Por ideal que suene, la práctica real y la misma formación que el docente ha recibido, lo fuerzan a actuar de otra manera. En situaciones así, y teniendo que escoger entre el patrón y unos indirectos clientes, el docente escoge por el patrón y violenta así su rol. Enseña entonces que la fuerza puede más que la justicia y modela que el orden político está condenado a sucumbir a los atropellos y arbitrariedades. 


Un ejemplo de esto lo viví en la última institución educativa donde laboré. Este es un lugar (como muchos otros) donde sutilmente se violentan los derechos de los estudiantes. Se hace todo con una siempre elaborada justificación de que se les está enseñando disciplina, respeto a los adultos, obediencia a la autoridad. ¿Qué pasa cuando la institución se equivoca? La institución es autoridad y la autoridad no se equivoca. Se convierte entonces en una dictadura y enseña una sumisión ciega que es en gran parte la causa de una conformación social tan desigual. Recuerdo vívidamente un caso particular, porque la cacería de brujas que hacen con estudiantes que levantan su voz y cuestionan las decisiones institucionales, es una situación constante y cotidiana. 


Hubo el caso de una estudiante concreta, cuya fama de ser cuestionadora la precedía como si tuviera un virus al que se precisaba eliminar. Un malentendido en una clase con una profesora (aunque joven, que la juventud no es garantía de apertura de mente) fue la excusa perfecta para removerla de una candidatura a un puesto de gobernación estudiantil, sin darle oportunidad de defenderse ni ahondar en lo que había sucedido realmente. Se escuchó ciegamente la versión obtusa de la docente. Se callaron las voces de los estudiantes, quienes como testigos oculares pudieron aportar otra versión de la historia, y se dio por concluido el caso al retirarla del proceso que tanto había esperado liderar. En un ejemplo de atropello justificado, la dirección educativa del lugar instruyó a los docentes cercanos a la situación, de la versión conveniente a la narrativa de que la estudiante es “problemática”, y de manera veloz cerró la puerta para cualquier otra resolución del asunto.     


Esta situación del docente considerándose a sí mismo empleado primero y formador después, nace de una profunda inconsciencia sobre las implicaciones que tiene la enseñanza a otras personas, y del desconocimiento de cómo enseñamos más con el ejemplo que con los contenidos académicos. Sus consecuencias son variadas, pero una de ellas que vale la pena resaltar es la formación de ciudadanos insensibles que, tal como han visto modelado por sus docentes, solo se preocupan por su estabilidad laboral, financiera y social, a expensas de los otros, sin importarle su sufrimiento ni el abuso que puedan sufrir a manos de alguien que ostenta el poder. 

Cuando un docente hace caso omiso a los cuestionamientos de sus estudiantes y en cambio impone su voluntad, su versión, su manera de ver el mundo, les está enseñando que los adultos no son justos, que escuchar al otro no es necesario cuando se ostenta un cargo de poder, y que el cuestionamiento de la autoridad solo trae problemas. De ahí que les esté enseñando a ser sumisos. Ese estudiante, que ha sido expuesto a profesores cuyo comportamiento es similar, aprenderá que cuando se encuentre en situaciones parecidas en su vida como ciudadano (reclamar un abuso gubernamental, un cobro injustificado, una multa innecesaria), lo mejor que puede hacer es dejar que el otro (la autoridad) tome las decisiones por él y le pase por encima. 


Considero que la construcción de una sociedad en verdad justa y solidaria (como es el lema de algunos mundos cuadrados que se hacen llamar instituciones educativas) pasa por estar conformada por seres humanos forjados en ambientes educativos que sean más congruentes con lo que enseñan y lo que la sociedad necesita. Por ejemplo, cuando se enseña a respetar las diferencias, por minúsculas que sean, y se modela con el ejemplo, es más sencillo empatizar con las diferencias más grandes. Se genera un espíritu que, sensible al otro, es capaz de verlo y apreciarlo por lo que es, más que por su aspecto o condición migratoria. Cuando se entiende, desde una conciencia histórica, que la mayor parte de las minorías étnicas ha sufrido persecución sobre la base de creencias irracionales, se genera una auténtica voluntad de ayudar y promover caminos de aceptación. Asimismo, cuando se evalúan las causas multifactoriales que pueden conducir a la migración por crisis, a través del arte, se sensibiliza a las personas a entender las complejas razones por las cuales muchos seres humanos, de diversa condición social y nacionalidad, emprenden la migración a países con los que nunca antes habían tenido alguna conexión. 


Como migrante yo misma, entiendo las vicisitudes y dificultades que significa iniciar una vida de cero en un país del que poco sabía. Cuando uno parte de la experiencia y de la vivencia propia, es más sencillo modelar sensibilidad al otro. Pero no es la única manera ni tampoco podría afirmar que sea la más efectiva. Por eso considero que la educación es tan poderosa, más allá del cliché que esa frase representa, pero debe reflexionarse en su práctica más importante, la cotidiana, para encontrar allí los espacios donde los docentes no están modelando sensibilidad y empatía, y por el contrario proyectan una desconexión social e indiferencia a lo que sufre el otro, el que no tiene poder, el vulnerable.


Los adolescentes, en particular, constituyen una población vulnerable que pasa desapercibida con muchísima frecuencia. Son objeto de críticas universales y ancestrales. Es una etapa donde el niño deja de serlo, pero el adulto aún no emerge, un punto intermedio por el que todos hemos transitado y que con frecuencia olvidamos rápidamente de tal suerte que nos es fácil echarle piedras y atacarla con todas nuestras fuerzas. Como mujer, en un mundo de hombres, y como lesbiana invisibilizada por muchos años, puedo entender la vulnerabilidad de los adolescentes y empatizar con ella. De nuevo, nuestras experiencias y vivencias conforman un marco que nos ayuda a entender a otras personas, a grupos sociales con los que nos sentimos identificados de alguna manera. Y ser más empáticos con los demás es la vía segura para liderar con integridad y congruencia. 


De esa manera, la docencia cumple un rol fundamental en la conformación de las comunidades humanas, pero también en la perpetuación de las injusticias, como se ha visto en los ejemplos explorados con anterioridad. La educación formal, aquella que prepara en masa a los votantes latinoamericanos, más que transformar vidas en este continente, perpetúa las desigualdades, la ignorancia, los nacionalismos rancios e inútiles y las ideas dogmáticas acerca de la familia, el dinero y la sexualidad. En ese sombrío escenario es muy difícil pedirle a una sociedad fracturada por la incongruencia y la insensibilidad, que produzca líderes realmente preocupados por los grupos a quienes dirigen. 


De ahí que el rol de la educación, y del docente en particular, tengan que ser repensados, replanteados y resignificados en su totalidad. De ahí que sea tan necesario desaprender para enseñar de una manera vital, consciente y congruente. De ahí que una renovación que comience por el docente, pero que impacte a todos los agentes involucrados en el sistema educativo de latinoamérica, resulte urgente para empezar a cambiar el paradigma de nuestras sociedades. Eso es lo que propongo en el blog "docentes en construcción" y a través de la comunidad de docentes que desaprenden a la que puedes unirte.

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