Sobre Bocaccio y su "Decameron" en el bajo medioevo

Uno de mis blogs favoritos, que trata sobre espiritualidad, publicó hace tiempo una versión alterna de una famosa leyenda cherokee cuyo final apunta, a diferencia de la versión original, a la búsqueda del balance y el equilibrio. Un abuelo le enseña a su nieto una importante lección acerca de la vida y de las dos pulsiones que todos los seres humanos llevan dentro, a través de la alegoría con un animal importante para dicha tribu indígena: el lobo. Según el anciano, dos lobos llevan una lucha en el interior de todas las personas. Uno "bueno", lleno de amor, paz, gozo, generosidad, verdad, empatía, coraje, humildad y fe; y uno "malo", cuyas características son la rabia, los celos, la arrogancia, la avaricia, la culpa, la mentira, la pereza y la autocompasión. El nieto pregunta cuál de los dos lobos ganará la lucha y el abuelo responde que vence aquel al que uno alimente más.  

Sin embargo, el relato no acaba aquí. De acuerdo a diversas versiones, la respuesta del abuelo es más profunda: los dos lobos ganan si son alimentados en su justa medida: 

"Verás, si hago pasar hambre a uno de los dos lobos, el otro crecerá desproporcionadamente en poder. Si, por ejemplo, escojo alimentar al lobo bueno (o al iluminado), el lobo malo (la sombra) estará hambriento y resentido. Se esconderá en cualquier recoveco y esperará a que baje mis defensas para atacar. Estará lleno de odio y celos, y buscará luchar eternamente con el lobo bueno. 

Pero si los alimento a ambos de manera justa, en el momento justo, vivirán juntos en armonía. No habrá batalla interna. En su lugar, habrá paz interior y donde hay paz hay sabiduría. El objetivo de la vida, hijo mío, es respetar este balance de la vida porque cuando vives en balance puedes servir al Gran Espíritu que llevas dentro. Cuando pones fin a la eterna batalla entre los dos lobos, eres finalmente libre". 

Cuando leí la leyenda y sus versiones alternas, no pude dejar de pensar en cómo los seres humanos -como individuos, pero también como grupo - estamos sumidos en esa constante batalla sobre la que reflexiona el sabio anciano. Y es así que podemos encontrar buenas iniciativas que acaban cayendo en el desbalance de uno de los lados. Por ejemplo, en el presente, me estaría refiriendo a todo ese movimiento que apunta a las "buenas vibras solamente", ignorando, callando y reprimiendo cualquier sentimiento/pensamiento que no sea "positivo". En psicología se llama positividad tóxica y es causa de trastornos, ansiedades y angustias profundas devenidas de, justamente, alimentar solo al "lobo bueno".

Todo ello me trae a la obra maravillosa de El Decameron de Giovanni Boccaccio, un clásico de la literatura italiana. Publicada en el año 1353, nos lleva a una época que en algunas cosas se aleja mucho del presente (tecnología, conformación sociopolítica del ambiente geográfico en el que se desarrollan los cuentos), pero que en otras, sigue resonando en la actualidad porque parece que los seres humanos, después de todo, no hemos cambiado tanto como creemos. Las envidias, las bajas pasiones, la propensión de juzgar a otros, las creencias ciegas, la ingenuidad, el engaño y la mala fe hacia otras personas, son algunos de los temas que he encontrado en la relectura que estoy haciendo de la obra, esta vez en una muy grata compañía de los miembros del club de lectura crítico que estoy comenzando. 

El contexto histórico en que esta obra se publica es de lo más variopinto. La peste bubónica, el llamado Gran Cisma de occidente (donde la sede de la Santa Iglesia Católica y el papado se dividió en dos: una en Roma y otra en Aviñón, actual Francia), asimismo conflictos sociales de resonancias revolucionarias, como la Grande Jacquerie en Francia, los "ciompi" florentinos en Italia y la Gran Revuelta de Wat Tyler en Inglaterra configuran un siglo cuyas características apuntan a lo que muchos estudiosos consideran como una época de crisis "prerrenacentista". 

Catedral simbolo de edad media

En Boccaccio, de manera muy particular, esta caracterización se ajusta al perfil de sus cuentos. En ellos la crisis se transforma en crítica, en parodia, en burla al status quo religioso, al social, al jurídico inclusive. Hay una ligereza en sus personajes y en la manera en la que se enfrentan a los conflictos que viven. No hay consciencia por el otro, ni tampoco por la gravedad de las consecuencias que tienen los actos de los personajes. Y no es de extrañar esa actitud tan leve, superficial y desconectada de la realidad en una sociedad que había transitado (transitaba todavía) una santidad excesiva que se había convertido en incongruencia. Las disonancias de las disputas políticas llevadas a escenario religioso (¿tener dos papas en dos ciudades distintas? ¿A quién dirigirse?); la extravagancia con que aquellos que por siglos habían protegido a campesinos y pequeños productores, los nobles, se deshacían impúdicamente de una responsabilidad eterna en el simple imaginario del pueblo; la falta de respuestas a los sinsentidos de la vida por parte de la Iglesia, quien siempre había tenido respuesta para todo, se unen y pintan la imagen de una sociedad desencantada, propensa a la exploración de esa otra faceta satanizada por la máxima autoridad: el pecado, los desórdenes, las bajas pasiones. 

Poniéndolo en perspectiva simbólica, la Edad Media representa una época similar al presente de la "positividad tóxica" donde solo había espacio para una forma de mirar el mundo. En aquel momento la dictadura venía de un poder centralizado: la Iglesia, quien dictaminaba el significado de lo que ocurría, e instaba a sus feligreses a confiar ciegamente en un Dios que estaba en todas partes, todo lo veía, inclusive aquello que nadie podía ver: los pensamientos. Era entonces una prisión férrea que imponía la santidad, todo lo bueno, santo, puro y deseable para ese Dios bueno omnipresente. Alimentar esa única manera de considerar la vida, relegando todo lo que no fuera "bueno, santo, puro y deseable" a la oscuridad y al silencio, acabó transformando el alma de los ciudadanos europeos de la Edad Media, tal como se muestra en los personajes de Boccaccio. Los escindió, convirtiéndolos en lo mismo que caracterizó a esta época: incongruentes, incoherentes. 

La inconsecuencia es tal vez un efecto de vivir desbalanceados. Cuando un lado de nuestra alma es más alimentado que otra, hay un lucha interna, es cierto, pero ¿qué pasa con nuestra apariencia externa? ¿Qué ocurre con nuestra funcionalidad, nuestra máscara al mundo? Se pierde entonces en la separación entre lo que decimos, pensamos y hacemos, nuestra máscara al mundo revela constantes inconstancias.

El conflicto del ser humano de la Edad Media es todavía un conflicto estruendoso en hombres y mujeres del siglo XXI. Bien nos hace recordar que el secreto no está en alimentar más al "bueno" que al malo. No es enfocarse en lo "positivo", ignorando lo negativo de la vida. La esencia o el objetivo, tal como en la leyenda cherokee, bien puede hallarse en la búsqueda del equilibrio, el balance y el espacio para los dos: para lo "bueno" y lo "malo". Para lo "positivo" y lo "negativo". De lo contrario, nuestras vidas individuales bien podrían desarrollarse como los personajes de Bocaccio: inconsecuentes, poco decisivas, estériles y diletantes. 

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Me quedo con la reinterpretación de los lobos. Me parece que se debe desechar esa concepción de que hay emociones positivas y negativas.

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    1. Estoy de acuerdo contigo. Creo que es necesario ir más allá de esa lectura dual de bueno/malo para constituirnos en seres completos.

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