Despidiendo mi país natal.
Despedir a mi Venezuela no fue algo traumático, Danito. De hecho, que no me resultara traumático... eso sí fue traumático. Yo salí del país antes de lo que mi organizada cabeza había planeado que sucediera, es decir, aunque no improvisé sino que tomé una oportunidad que se me había presentado en bandeja de plata, salir de Venezuela era algo que visualizaba unos 8 o 10 años más tarde de lo que lo hice en realidad.
Esa noche no recuerdo si pude dormir bien, aunque creo que sí lo hice, que de hecho caí rendida porque tenía todas las noches previas a ese viaje sin dormir bien, ya fuera por trasnocho, o porque me apremió levantarme muy temprano para hacer alguna de las diligencias finales. Todo en mi mente era un poco confuso. Ya había cuadrado con la prima Ysme que me esperaría en el terminal de San Cristóbal para llevarme hasta Rubio, a casa de la tía Zoila, que gustosamente me recibiría esos días. De manera que el encontrarme con personas de la familia y llegar a casa de familia fue algo que no ayudó en que asimilara lo que estaba haciendo.
Cuando desperté, ya estaba en San Cristóbal. Tuve un tiempo bonito de compartir con Ysme, y pudimos conversar acerca de muchísimas cosas. Llegamos a casa de los tíos y fue realmente cálido volver a ver a Joca, pensando en que sería ese el último rostro familiar que vería quién sabe en cuánto tiempo. Me condujeron a la habitación que fue de Edy, y allí dormí durante las siguientes 3 noches.
Rubio, años atrás. Créditos: Beat Meier |
Los días pasados en Rubio fueron de real descanso; no sabía yo cuán cansada estaba hasta que pasé el tiempo ahí. Me hubiera gustado salir ese mismo día que llegué, pero había un acuerdo tácito entre mis tíos y Joquita como para tenerme ahí más que solo una noche, y yo no me opuse: ya te confesé que tenía un miedo enorme a iniciar esta aventura. Pensar que tendría que ir sola hasta la frontera con Colombia, con mi inmensa maleta, mi mochila y demás cosas de mano, era algo que me espantaba y no hallaba cómo comenzar a imaginarme eso. Quería hacer un viaje por escalas conociendo Colombia, pero lo veía difícil pues iba bastante cargada y estaba sola, sobre todo eso, estaba sola. Lo consulté con mis tíos y Joquita, y el consejo fue tomar una ruta que me llevara lo más cerca de Ecuador posible, para no tener que pasar por la engorrosa situación de estar más preocupada por mis cosas que por disfrutar del paseo. De manera que me sentí tranquila. Ellos me llenaron de consejos, de recomendaciones y de bendiciones, y eso me hizo mucho bien.
Creo que ese período de tiempo que pasé ahí, esos tres días, fueron inolvidables por completo. Compartí mucho con el fallecido tío Filólogo, conocí su improvisado taller y le eché un vistazo al mundo genial detrás de la afinación de pianos que tan por encimita yo había conocido en Caracas. Comí un tipo de plato que nunca había comido en todos mis años viviendo en el país: chivo en coco (esto es, en leche de coco; acá en Ecuador se le llama a ese tipo de plato encocado); es un plato zuliano del que siempre escuché hablar, pero no sabía lo que me estaba perdiendo y lo supe cuando lo probé. Es delicioso, algún día lo probarás, estoy segura, y entonces me darás la razón 😁. Hablé también con Joquita de mis muchos planes y proyectos, todo lo que esperaba ir logrando en este país que me era enteramente desconocido, y tuve tiempo para mí sola.
Rubio es un sitio encantador, tranquilo y apacible, incluso podría agregar que es balsámico. Ya muchos años antes, cuando lo conocí, me di cuenta de esta maravillosa propiedad que le caracteriza, y fue el lugar perfecto para despedirme de mi tierra, de mi gente, de la representación de mi familia en la figura de personas que nos son muy queridas. Ahí poco a poco en el transcurso de esos tres días fui despertando de esa sensación de vulnerabilidad y miedo, y fui cobrando todas las fuerzas que necesitaba para emprender el proyecto que tenía por delante. Allí llegué agotada, y salí renovada.
Iglesia Santa Bárbara de Rubio. Tomada de desderubio.com |
La ayuda vino de un amigo de Joca, al que contactamos en mi segundo día de estar en casa de los tíos, y estuvo dispuesto a conseguirme la movilización e incluso a acompañarme en todas las vueltas que tenía que dar. Debía ir al pueblo fronterizo de San Antonio para hacer sellar mi pasaporte que constara mi salida oficial de Venezuela, y luego cruzar el puente que divide a Venezuela de Colombia y que está sobre el río Táchira, para que mi salida del país fuera definitiva. Quedamos en el acuerdo de que el sábado a primera hora eso tendría lugar, y nuevamente la ansiedad y el pesar se posaron sobre mi pecho al tener ya una fecha para abandonar mi tierra natal. Sin embargo, más fuerte que eso estaba la resolución que tenía de salir en búsqueda de algo que no sabía bien que era, por ser muchas cosas a la vez. Me dio un profundo alivio tener una fecha fijada para el momento esperado, y con esto en mente disfruté con todas mis fuerzas el transcurso de ese jueves y del viernes, la comida, el clima, los atardeceres, los momentos de silencio, las conversaciones, los consejos, las chanzas, los momentos en la mesa, las últimas interacciones por mi celular en tierra venezolana. Hablé con mami el viernes de noche para comunicarle que al día siguiente iba a dejar el suelo venezolano, y quedé pensativa un rato ante la certeza de que a partir del sábado 8 de agosto mi número telefónico ya no serviría en realidad, sino que viviría por la magia de la conexión inalámbrica que me permitiría usar el servicio de Whatsapp para comunicarme con mis contactos.
Esa noche dormí, te aseguro, a partes iguales dividida entre la serenidad y la emoción por la aventura que en pocas horas comenzaría.
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