De cómo inició mi aventura.

El martes 4 de agosto del año 2015, fue el último día que te vi, mi pequeño hermano.



    Ese día salí de viaje con rumbo a San Cristóbal, donde me recibirían las primas de mami con las que tenemos un vínculo muy especial. Había tenido varios días llenos de despedidas antes de esa salida, días emotivos. Las Glugluvacaciones habían comenzado para ese momento y yo oscilaba entre mi presencia en Caracas para la fechas de agosto y mi inminente ausencia en ese lugar. 


    Todo dentro de mí estaba como paralizado, emocionalmente hablando. Por eso notaste que no lloré ni una sola vez. En el fondo no sabía lo que hacía al irme, solo lo había decidido y actuaba de acuerdo a eso. Quería demostrar fuerza y mantenerme firme en medio del pesar que sentían mamá y tía Raquel, así como la tristeza silenciosa de papi. Te vi bien, te escaneé mentalmente, me dije a mí misma que cuando te volviera a ver, probablemente medirías el doble de lo que medías en ese momento. Y me llené de tristeza al pensar que me perdería una de las etapas más interesantes en la vida de un ser humano: la adolescencia. Que además, te conozco tanto que es como si fueras un reflejo mío. 
      Y me acompañaron todos al terminal de Flamingo, todos. Fue muy emotivo, algo inolvidable. Luego me sorprendieron algunos de mis exalumnos con una sorpresita que me prepararon para el viaje, y eso amenazó con hacerme perder la firmeza y la apariencia de que sabía lo que hacía. Pero no podía vacilar, no. Estaba aterrada, te confieso. Aterrada por sentir que me lanzaba al vacío y no tenía soportes que me hicieran sentir confiada. Todo mi futuro tenía un signo de interrogación tan grande que me impedía ver el panorama: no tenía ni la más remota idea de lo que me esperaría acá. Me aterraba hacer ese viaje sola. Me aterraba salir de mi país sola. Llegar a otro país y estar sola. Me aterraba el futuro, es la verdad. Creo que si no le hubiera dicho a todo mi mundo conocido que me iba del país, probablemente no habría hecho nada, porque el terror me paraliza (tiende a paralizarme).
Última foto antes de partir.

  

  Esa noche salí de Flamingo, como muchísimas noches antes había salido de ahí con destino a Barinas (mi destino predilecto para visitar, ya lo sabes), pero esa noche había algo diferente que no terminaba de aceptar: me estaba yendo de manera permanente. Me estaba yendo del país. 


   Recuerdo haberlos visto a todos, despedirme mentalmente de cada uno de ustedes, repasar sus abrazos, sus cariños conmigo, el calor que me dieron todos de manera individual, las fuerzas y el ánimo que me transmitieron, así como la tristeza. Recuerdo haberte visto llorar en el hombro de mami, estabas muy triste, y aunque en mi mente sabía que lo que estaba viviendo era triste, emocionalmente estaba bloqueada, anestesiada. No podía creer que me iba, pero todo a mi alrededor me decía que me estaba yendo.

    Cuando el bus recorrió la autopista Valle-Coche que es la puerta de salida de la ciudad hacia el occidente del país, miré un instante en dirección a mi Caracas natal, con sus luces infinitas y sus colinas abundantes, pensando en que realmente me sentía aliviada de salir de ahí, aunque me pesara, y traté de hacer a un lado la opresión en el pecho y el intenso dolor de cabeza que me invadió por haber dejado a toda mi familia atrás, de pie en un terminal terrestre, viendo un bus partir, sintiendo el dolor de haber despedido al primer integrante que voluntariamente partía lejos de ellos.

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