Reflexiones sobre mi labor como docente (Parte 3)

       Hoy, mientras hacía un trámite ministerial, pensaba en este enorme problema que comparten tanto ciudadanos como funcionarios públicos, y que también tienen docentes: la imprecisión al impartir una determinada instrucción. Este pensamiento, esta observación, me llevó al recuerdo del cierre de ese primer año académico donde yo era la profesora titular del grupo de 4to y 5to año, y todas las impresiones que esto me dejó. Yo sabía que había hecho algunas cosas de manera inadecuada, pero no lograba dar con todas ellas de manera precisa. Me repetía una y otra vez que algo debía estar mal conmigo para generar tanto desprecio en mis alumnos.  Y okey, sé que no soy moneda de oro, como decimos, para caerle bien a todos mis alumnos, pero algo estaba proyectando yo que causaba en mis alumnos ese irrespeto y maltrato que me prodigaron aquel año. 
    Toda esta reflexión y autoexploración llegó motivada por un acontecimiento crucial en mi vida. Para el mes de julio del 2013 yo había rebajado unos 17 kilos ya desde enero de ese año, y este proceso me había enseñado que todo tiene una razón de ser, nada está porque sí, por inercia; que todo conflicto, situación desagradable o engorrosa, tiene una causa, y que la mayor parte del tiempo (para no decir que siempre), esa causa se halla en nosotros. De modo que yo decidí por el camino de examinarme y revisar las cosas que había hecho de manera inadecuada y que me habían situado en la posición en la que estaba con mis alumnos de 4to año. Y digo que tomé esa decisión porque bien sé que pude haber tomado la decisión de continuar, ciega a mis fallas, culpándolos a ellos, atribuyéndole a sus padres la culpa, al entorno, a sus caracteres rebeldes. Pude haber adoptado esa detestable posición que adoptan mis colegas en general, de despreciar al adolescente cuando su conducta no es lo que el status quo social exige que sea, cuando transgrede normas, cuando no obedece, cuando se salta las reglas y hace lo necesario para conseguir su cometido, cualquiera que este sea. Y tomar esa decisión de examinarme fue excelente, porque poco a poco empecé a ver, como en cuadro frente a mí, las cosas inadecuadas que había hecho. 
      Entonces vi que había caído en eso de dar las instrucciones de manera inadecuada: todo porque ni yo misma tenía realmente claro lo que quería que ellos hicieran. También fallé al ser inconstante. Les decía que les iba a aplicar una evaluación Equis día, y cuando ese día llegaba y ellos me rogaban que se las aplazara para la siguiente semana, yo lo hacía: en resumen, no era firme cuando tenía que serlo, y cuando no era necesario ser firme lo era, en exceso, cayendo en el abuso. Abuso que no causaba el efecto que yo deseaba en ellos, porque ellos de una vez me devolvían el desprecio y ganaban porque eran mayoría. De manera que no daba instrucciones claras, me contradecía y además les daba el poder de descontrolarme de tal suerte que jugaban con mi molestia y mi impotencia. Y ellos sabían que tenían ese poder. Cuando vi todas estas cosas, cuando caí en cuenta de ellas, supe entonces qué elementos debía modificar para el siguiente año escolar, y así me embarqué en ese nuevo reto. 
           Ya ellos estaban en 5to, por lo que se adivinaba (y todos los profesores temían por ese momento) que serían terribles pues se sentían con un pie fuera de la institución y otro adentro. Yo misma estaba un poco asustada por ese reencuentro, y además tenía la presión de saber que conocería a otro grupo de 4to que probablemente estaba informado de todos mis defectos y mis puntos débiles, y se encontraría conmigo un tanto predispuesto negativamente. Sin embargo, me preparé de la mejor manera, y me dispuse a poner en práctica lo que el año anterior me había dejado de positivo. Algo importante que aprendí con ellos es que la imagen vende, y es que el año anterior yo estaba tan apática con mi aspecto físico, con mi imagen, que casi no me preocupaba en arreglarme. Me decía que no era necesario, que además estaba joven y podía darme el lujo de ir como mejor quisiera a la institución. El tiempo me enseñó que la imagen vende, y que uno suele tener mejor concepto de aquellos que están bien vestidos y arreglados, que de aquellos que no lo están: es una realidad, somos visuales.  
          Los primeros tres encuentros con ellos fueron de probarnos. Ellos recordaban quien yo había sido el año anterior, y el primer choque fue mi apariencia física. Estaba aún más delgada de lo que había lucido en junio, que fue la última vez que nos vimos dentro del salón de clases, y producto de esto todo mi aspecto físico cambió. Fuera de este primer impacto, lo que hice de inmediato fue poner las cartas sobre la mesa y dejar claros los límites, hasta dónde llegarían ellos conmigo y yo con ellos, a lo que ellos se fastidiaron puesto que volví con la cantaleta oficial y colegial de "aquí mando yo y ustedes deben aceptarlo porque sí". Y francamente, yo también me sentía fastidiada de volver con ese discurso, pero me sentía vigilada por mis superiores y me sentía obligada indirectamente a cumplir con ese requisito. En uno de los encuentros recuerdo que yo estaba muy seria, y francamente casi amargada por las estupideces que ellos hacían, y uno de mis alumnos me invitó a sonreír más y quitar mi cara de molesta todo el tiempo. Esto fue clave. Nunca imaginé que el secreto para que mis alumnos dejaran de hacer cosas molestas y además ruidosas en la clase, era divertirme con ellos por lo que estaban haciendo, reírme de ellos, no en el sentido de burlarme, sino de ver lo realmente divertido de lo que hacían, valorarlos, valorar su sentido del humor y sus ocurrencias, porque ¡Caray! Ese grupo era muy ocurrente y se las ingeniaba para sacarme de mis casillas. En lo que observaron que ya no podían, se acabaron las bromas pesadas y todo aquello que hacían para molestarme. No fue que desapareció por completo, porque generamos una dinámica en la que ya lo hacían por ser ellos, porque les había dado la libertad de ser ellos mismos. 
           A partir de ese momento empecé a ver las virtudes de ese grupo, en lugar de sus defectos. Empecé a alabar su rebeldía, porque auténticamente me parecía admirable que estuvieran dispuestos a ir en contra del entorno académico con sus regulaciones estúpidas que solo buscan limitarlos. Recuerdo que en una ocasión mandé a un grupo de mis alumnos que estaba de pie y hablando en una esquina del salón, a sentarse porque no estaban trabajando, y casi todos lo hicieron menos una. Ella me dijo que si estaba trabajando de pie no había necesidad de sentarse para trabajar, porque lo importante era que cumpliera con la actividad asignada, el cómo era su asunto. Me dejó callada por completo y le reconocí su firmeza, porque tenía razón. Me daba cuenta que los lineamientos que había establecido con ellos el año anterior eran todos para dominarlos estúpidamente. Esperar de ellos una sumisión bruta y demente, donde cumplieran como borregos lo que yo les pedía sin decir una sola palabra porque yo tenía siempre la razón, y tan falso es que el profesor siempre tiene la razón como lo es que el joven debe callar siempre y jamás replicar, porque... ¿de qué manera sabe un docente que está haciendo algo mal si el alumno no protesta? Crítico es que el alumno proteste y el profesor se ensañe en que el problema está en el alumno, que no debe protestar, y no le conceda siquiera un poco de atención a la protesta de otro ser humano, que, en tanto ser humano, tiene una opinión que es digna de tomar en cuenta.
            Y de esto, lógicamente, se alimentó y nutrió la relación que formé con el grupo de 4to año. Mis lineamientos eran claros, procuraba cuestionar siempre la razón por la que esos lineamientos existían y traté de alejarme de esos paradigmas de represión tan espantosos que había intentado reproducir el año anterior. Fui firme cuando tuve que serlo, y di mucha libertad para que los alumnos fueran ellos mismos. Les di voz, les escuché, pero también puse límites, no porque la institución me lo exigiera, sino porque esos iban a permitir que la relación de ellos conmigo fuera armoniosa y respetuosa. Con 5to año me aventuré a muchas cosas que me parecía una locura, el año anterior, que podría realizar. La relación de respeto que se formó entre ellos y yo fue algo que me marcó y me llevó a pensar que nada es realmente irreversible en términos de reparar relaciones fracturadas. Los admiré mucho, y procuré siempre ayudarlos, y entonces la vida me ubicó a mí en una posición de prueba donde pude haberme vengado de aquellos alumnos que me habían hecho la vida imposible el año anterior, y que en este año, producto de sus malas decisiones, quedaban en mis manos en el período de reparación. No lo hice, no le vi sentido a vengarme por algo que ya estaba curado y que además me había hecho crecer tanto. Intenté ayudarlos en la medida de mis posibilidades, pero también aprendí, o reaprendí, la realidad de que nadie puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.    
         Ese segundo año fue de mucho crecimiento para mí. Me permitió ir, realmente, más allá de los patrones convencionales. Empezar a considerar al alumno más que como un "adolescente problemático", o una "escoria humana", o un ser "despreciable", o una "lumbrera aplicada". El problema cuando aplicamos etiquetas así a otra persona es que de alguna forma la desindividualizamos, despojándola del valor que como ser humano integral tiene. Cada ser humano tiene sombras y virtudes. Defectos y bondades. Y es en la aceptación de esta totalidad que valoramos a un ser humano. Reducir a un adolescente a sus cualidades positivas o negativas, y en base a esto clasificarlo como alguien "que sirve", o que "no sirve para nada", o "no tiene nada para dar", es faltar a la más elemental premisa de respeto entre iguales. Somos todos seres humanos, mayores o menores, con más recorrido o menos recorrido; con mayor experiencia o menor experiencia; pero en tanto que somos seres humanos, más centrados o menos centrados, tenemos algo que decir, y eso que tenemos que decir TIENE valor, ES importante. En este sentido aprendí que las voces de mis alumnos eran importantes y me esforcé en demostrárselos, en hacérselos saber, en propiciar que hablaran, que opinaran, que expresaran lo que pensaban porque iban a ser tomados en cuenta por mí. 
         De esa manera cerré mi segundo año en la institución, sospechando que mi siguiente año sería distinto de lo que había sido este segundo, y totalmente alejado de lo que había sido mi primer año de adaptación. La despedida de mis alumnos de 5to año, con los que había recorrido una parte importante de mi camino de vida, me dejó con una nostalgia difícil de llevar, y les hice saber lo muy agradecida que estaba de habérmelos encontrado en la ruta, de que me hubieran enseñado tantas cosas, de que hubieran sido tan fundamentales para mí, de que me hubieran abofeteado muchas veces, de que me hubieran "irrespetado" en distintas ocasiones, porque todo eso me llevó a revisarme y luego a cuestionar si acaso la posición de ellos no sería la correcta contra un sistema obsoleto y absurdo que pretendía limitarlos a ellos como seres humanos integrales. 

Comentarios

  1. Excelente. Acabar con las proyecciones absurdas de la autocomplacencia y deshojarnos a nosotros mismos para dar con los gusanos de nuestras plagas cotidianas es admirable, así como también es, una maestra que se deja enseñar.

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  2. Es admirable mirado desde afuera, mi querido. Sin embargo llevarlo a cabo puede llegar a ser muy duro y doloroso: difícil. Pero una vez que lo haces, te liberas de un peso análogo a los 22 kilos que me quité ese año ;) gracias por leerme.

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