Reflexiones sobre mi labor como docente (parte 1)

Y he cerrado una etapa de mi vida, es cierto. Y me siento un poco deprimida, también es cierto. Sin embargo, en aras de convertir esa depresión en algo productivo, he decidido hacer una serie de entradas donde describa un poco lo que significó este papel que durante tres años convertí en mío: la docencia.
¡Rut (sin H)! 
Recuerdo que todo comenzó con una frase que dijo una profesora admirada por mí, en el 1er año de mi carrera, donde hacía referencia a la noble labor que significaba enseñar a otros. Cuando estaba en el 5to año de ésta, supe que era momento de transitar por este sendero, que era algo que debía hacer. Y es que de alguna u otra forma toda mi vida me había llevado a este lugar: crecí con muchas miradas puestas en mí, y empujándome a dar de lo abundante que se me había dado, a otras personas, particularmente en el área de la enseñanza. A los 12 comencé a trabajar en un plan vacacional organizado por una iglesia, y me codeé con distintos educadores y diversos métodos de atención a niños. Esa experiencia, dos semanas una vez por año, fue ampliándose en el sentido de que comenzó colocándome en una posición de ayuda y apoyo al docente principal en la atención de los grupos de niños divididos por edades, y terminó ubicándome a mí como el principal facilitador de alguno de esos grupos (mi preferencia comenzó a tender hacia los de mayor edad). Ya a los 16 años comencé una experiencia de enseñanza distinta, cuando les di clases de teclado a varios niños, de manera particular. De modo que tuve ambas visiones: la de trabajar con grupos grandes, y la de trabajar con individuos.
Llevada por mi curiosidad y por mi enorme deseo de poner en práctica mis ideas sobre lo noble de la enseñanza, ya en un área laboral propiamente formal, tuve dos experiencias cuando cursaba mi 3er año de carrera, que me dejaron impresiones opuestas.
La primera de estas experiencias la tuve en la institución en la que pasé los últimos tres años trabajando y de la que actualmente me estoy despidiendo; fue una oportunidad que se me ofreció y de la que salí satisfecha y creyendo que había encontrado mi lugar en el mundo: lo mío era, sin lugar a dudas, enseñar a otros. Tuvo una duración efímera y observo hoy que esa duración fue la que me dio tan engañosa impresión.
La segunda experiencia fue devastadora en comparación con la primera; me derrumbó todas las ilusiones que respecto a la enseñanza me había hecho; desmoronó todas las impresiones positivas que el primer colegio me había dejado. Me llevó al extremo, intensa como soy, de odiar y despreciar profundamente esa labor, considerar a todos los profesores cortados por la misma tijera de la mediocridad y predictibilidad, y concluir que el sistema educativo estaba podrido desde su misma raíz, y en esa dirección me dije que no tendría más que ver con éste en lo que me quedara de vida.
Dos años tuvieron que transcurrir para que yo sanara esa herida y creciera de tal forma que pudiera resignificar lo que esa experiencia me dejó. Cuando cerré el programa de labor social en la universidad lo hice con un grupo de estudiantes de ese sistema educativo que tanto había odiado durante el último año y medio, pero el tiempo me había enseñado a discernir y a separar cosas que no tienen por qué estar juntas. Si bien era cierto que la experiencia en el Colegio San Francisco de Asís había sido desagradable, no por eso significaba que todas tendrían que serlo. Las fallas de ese colegio, fueron las de ese colegio: no había por qué generalizar. La enseñanza seguía pareciéndome algo atractivo y haber realizado el cierre de mi labor social con ese grupo de estudiantes de secundaria fue como una suerte de transición que me preparó para iniciar el año académico en septiembre con los dos últimos años de bachillerato, una oportunidad que llegó con características que yo había buscado: pocas horas, poca distancia de mi casa y horario en la tarde. La lección del San Francisco me había quedado grabada con fuego en mi mente y en mi corazón: la distancia de mi casa y el horario en la mañana fueron elementos que no me ayudaron a sentirme muy cómoda en ese colegio, y decidí que no aceptaría cargas horarias que me ocuparan de lunes a viernes, porque acabaría aburriéndome y fastidiándome de mi trabajo, y la idea era disfrutármelo. Me dije, también, que mi período de duración en el área de la docencia no podía exceder los 4 años, y así entendida conmigo y con mi entorno (ya tenía el empleo asegurado), comencé ese, mi primer año como docente titular.
Pero sobre esto escribiré mañana.    

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