El imperio de lo Absurdo.

    Recientemente presencié una escena colegial que me dejó sumida en los más singulares pensamientos, muchos de los cuales van encaminados a tratar de considerar las cosas desde una perspectiva lo más objetiva posible. 
    No es la primera vez que observo, en mi corta labor como docente, el inconsciente e injusto trato que el adulto le prodiga al joven estudiante. Es inconsciente puesto que está cargado de exigencias hipócritas: le exige honestidad al adolescente, cuando él mismo no lo es. Le exige respeto, cuando él no lo da. Le exige sumisión y obediencia ciega, cuando él mismo no es capaz de darla, a nadie, bajo ningún concepto, y se rebela en su fuero interno con indignación si otro adulto se la exigiera. 
    Es injusto porque producto de la inconsciencia antes señalada, el adulto castiga al estudiante en proporciones desmesuradas que no solucionan sino que empeoran la situación. 
    Ambos elementos estuvieron presentes ayer en la escena colegial de la que fui testigo. Y me siento apenada, apenada por ambas partes, pero de manera más pronunciada me siento apenada por mis colegas; porque los muchachos crecerán y aprenderán muchas cosas en el camino, pero los docentes... Los docentes creen que ya no tienen nada que aprender, y contaminan con semejante pretensión el noble trabajo que realizan. 
    Entonces se erige el imperio de lo Absurdo, y motivados por sus erróneas creencias, una gruesa población de los docentes construye día a día el destino de un país, de una generación, de muchas generaciones. ¿Lo construyen realmente? ¿Hacia qué dirección lo hacen? 
    Gritarle a un alumno en medio de una actividad pública no le da más autoridad a un docente, así como fingir ser amigo de ellos para luego traicionarlos contándole a la directiva las confidencias que ellos le han contado, no le hace un mejor profesional. De hecho, todas esas conductas le hacen lucir muy mal, y si se llevaran a otro ambiente de trabajo, a otra área, se caería su mascareta y quedaría expuesto como lo que realmente es: un pésimo profesional, anti ético, irresponsable e irrespetuoso. He allí el cuadro del docente venezolano; con sus muy contadas excepciones.   
    Recuerdo como si fuera ayer cuando comencé en este camino de la docencia, llena de ilusiones y de ideas preconcebidas respecto a lo que este ambiente debía ser. Me imaginaba que los docentes eran todo un dechado de virtudes, seres singulares y excepcionales que sobresalían del resto de la población. Sí, esa es una visión que está alimentada por un conjunto de factores de los cuales no excluyo mi propia concepción, a veces fantasiosa, del mundo. Sin embargo, lo que encontré en la realidad fue contundente y decepcionante; una vez más: el imperio de lo Absurdo. Y digo que es absurdo porque más allá de mis ideales y fantasías, dentro de la imagen que tengo del docente, subsiste un algo sensato: ese docente ideal es íntegro y sincero. Es comprensivo y paciente. Es sensible y atento. Es humilde y sencillo. Tiene un ritmo distinto al ritmo del resto de los seres humanos, y esto es porque está consciente de que lo que hace cambia vidas, para bien o para mal. 


    La realidad es bastante opuesta a mis fantasías, porque los docentes no son ese dechado de virtudes que me imaginaba. Son casi exactamente lo opuesto. Y es que cuando estaba en la universidad, me preguntaba por qué razón los estudiantes de la Escuela de Educación debían tener esa fama de estudiantes desordenados y bonchones, solo comparable a la fama de los estudiantes de carreras como Ingeniería, Psicología y Comunicación Social. Mucho me interrogué por el extraño fenómeno que hacía de los muchos estudiantes de educación que conocí, unos estudiantes más del montón, sin mostrar cualidades que les distinguieran del resto de la población estudiantil. Cuando pisé realidad, empecé a frecuentar ambientes educativos e inicié el camino codo a codo con mis colegas de oficio, el panorama empezó a cobrar sentido con lo que había visto durante mis años universitarios. De modo que esos eran los Docentes, formadores de espíritu, inspiradores de generaciones. Personas que quisieron darle un vuelco al carácter socialmente "insípido" de la educación, y se convirtieron en los voceros y portadores de conductas que rompieron de una vez por todas con esa figura distinguida del educador. La norma, de ordinario, es dar clases con fastidio, quejarse del trabajo, como cualquier otro trabajador de alguna otra área, con el agregado de que realmente no se puede uno lucrar siendo docente; tratar inconsistentemente a los alumnos, porque si bien por una parte es decir común que "muchacho no es gente grande", y que el profesor no puede ni debe constituirse en "amigo de sus alumnos", por otra parte hay muchos docentes que mantienen una relación de camaradería en la que sobra la confianza, falta la autoridad, y hay exceso de hipocresía y doble moral. Esos docentes dicen tener el control, pero lo han conseguido a punta de chantajes emocionales y académicos, y aún los hay que tienen el control gracias al miedo y a la represión. Esto es absurdo. No tiene sentido pues el resultado que se consigue con semejantes métodos es contraproducente y no cumple con la finalidad última y noble de la educación. 

    Una de las pretensiones más dañinas del docente, es que representa una figura de autoridad que va a "reeducar" al muchacho, "encaminándolo" hacia una dirección adecuada. Y es que son justamente esas jerarquías de autoridad que tanto abundan en la sociedad, lo que nos ha hecho daño como "seres" humanos. Lo absurdo es que el entorno educativo venezolano, queriendo construir "seres" humanos, reproduzca el mismo paradigma jerárquico corrosivo del mundo adulto. Y entonces la culpa es de los padres, de la familia, del país, del gobierno, de la tecnología, de los celulares, de las redes sociales, del perro, del gato y finalmente de la vaca. Los estudiantes son cada día más brutos, dicen; los estudiantes ya no tienen el mismo nivel académico, dicen también, y la culpa es de cualquiera menos del profesor. El profesor es un pobre ser que ha sido reducido a una posición en la cual está expuesto a cualquier ataque por parte de monstruosos alumnos y sus malvados padres. Y es este pensamiento el que genera una fisura inútil y dolorosa: las instituciones y docentes son vistos como enemigos por los padres, y viceversa, los padres y alumnos son vistos como enemigos por las instituciones y los profesores. Este ambiente de confrontación es el que subyace en todo el proceso educativo venezolano, desde básica hasta secundaria y diversificado ¡Qué esperanza! Y es vergonzoso que los que tienen que poner un límite a eso, los que deben marcar la pauta de las conductas a seguir, y llevar el control de ese tipo de cosas, los docentes, no hagan sino pronunciar las fisuras y las confrontaciones.

    El imperio de lo Absurdo es una de las aristas de la problemática educativa en Venezuela. No es el todo, es una parte. Pero es una parte que se omite irresponsablemente, se calla, se esconde, se oculta por la pretensión que tienen los docentes de ubicarse por encima del resto de la población, y por la creencia que esto les da de tener siempre la razón. Lo triste es que se vive en contradicción, porque creyéndose el docente como un portador de la verdad, es deshonesto con lo que más importa: su esencia. El docente no está por encima del alumno, ni siquiera se puede decir que sabe más, con toda la implicación ontológica que "saber" tiene, pero mientras esto no sea reconocido por los docentes a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, los resultados seguirán siendo los mismos e irán, lógicamente, en detrimento de la calidad educativa, cada vez más, cada día más. El imperio de lo Absurdo está en pleno apogeo y no se ven muchas señales de que esté cerca de su ocaso. 


Esta entrada va dedicada a mi promo XXX. 
¡Estoy con ustedes!  
   

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