De cómo es la vida del extranjero.

No es solo que extrañes tu tierra, tu gente, tus costumbres, tu familia y todo lo que te hacía sentir que pertenecías a determinado lugar en el mundo, es, sobretodo, ese proceso en el que gradualmente te pierdes a ti mismo y dejas de ser quien creías que eras para convertirte en otra persona que sigues siendo tú, aunque a veces no te reconozcas como tal. 
No es solo que todo lo que te rodea represente una novedad, y te pierdas hasta en la conversación más simple con otra persona por el sencillo hecho de que no entiendes el significado social de un par de palabras usadas por tu interlocutor, es, sobretodo, que pasado un tiempo la novedad se desvanece, y la cotidianidad irrumpe en la manera en que contemplas el nuevo país que has adoptado, y entonces -horror- tu país de origen es el que se convierte en novedad. 
Preguntas a los que quedaron atrás, cual si fueras un turista, cómo funcionan las cosas allá. Simulas que no, pero la verdad es que cuando te preguntan por tu tierra, no eres capaz de reconstruirla con objetividad, porque hace mucho tiempo que ya no estás allí. 
Es darte cuenta que, cual cruel jugarreta de la vida, ese lugar que por varias décadas fue el tuyo, ya ha dejado de serlo en el sentido más práctico y cotidiano de la expresión, y se ha convertido en algo ajeno a ti. 
Caracas vista desde el Ávila.

Particularmente, viví mi proceso inicial con bastante entusiasmo (lo cual es normal), pero también estudiándome a cada instante. Todos los días, durante aproximadamente dos meses, me despertaba sin poder creer que estaba en otro país que no era el mío. Vivía el día a día en incredulidad, ya pensando que estaba en un sueño, ya pensando que me lo estaba imaginando, uno de esos juegos ficticios míos en los que imaginaba una situación por tanto tiempo que acababa pensando que era real. Luego asimilé la realidad de mi vida, en verdad me había mudado a otro país, y en verdad estaba con gente que no era venezolana. 
Entré en una fase infantil, en el sentido de poseer una curiosidad infinita por todo lo que me rodeaba y dedicarme a descubrirlo con emoción pueril. Empecé a "traducir" las cosas, para poder entender lo que significaban para el ciudadano de este país ciertas y determinadas cuestiones: palabras, comidas, expresiones, situaciones. Elaboré comparaciones, encontré semejanzas, descubrí paralelismos asombrosos y me admiré más ante las diferencias. Fue una etapa hermosa y la viví plenamente.  
¿En qué momento del camino comencé a perder el rastro de donde había venido? ¿En qué momento empecé a ser una sombra para mí misma? La verdad es que no lo sé con precisión, pero sospecho que fue cuando decidí cambiar una ciudad que mucho me evocaba a una región de mi país, y me mudé a otra que, aunque me daba trazos de semejanza con mi ciudad natal, el tiempo me enseñó que se distanciaba mucho de parecérsele. La sensación de ser "otra" aquí se intensificó, y cuando traté de mirar al lugar de donde vengo para encontrar algún amparo, alguna guía, tal vez fuerza moral, me di cuenta que se me había extraviado casi por completo. 

Descreimiento, incredulidad; aceptación, asimilación; conocimiento, reconocimiento, interacción, adaptación; cuestionamiento, evocación, nostalgia, añoranza; determinación, resolución, decisión; reencuentro. 

Creo que todas son etapas que vivimos continuamente en nuestras cortas existencias, que forman parte de los procesos en los cuales terminamos algo y comenzamos a hacer otra cosa nueva; procesos en los cuales dejamos lo conocido y nos sumergimos en lo desconocido. Es algo que vivimos continuamente los seres humanos, no tengo duda de ello, pero que en los extranjeros se intensifica, porque traspasamos una barrera múltiple en la que todos los factores que dejamos atrás son conocidos, y todos hacia donde nos dirigimos, son desconocidos. 
Atardecer en mi añorada parroquia Caricuao.
No creo en la figura del extranjero como un alienado, un errante que nunca encuentra su lugar en el mundo al que se arroja; creo que la figura del extranjero es la perfecta representación del aventurero, del valiente, el que tiene que sobreponerse a cosas para las cuales no pensó estar preparado, y acaba descubriendo que puede enfrentar ese reto, y aún más retos. 
No creo en la vida del extranjero como una de desdichas y calamidades, de infortunios y rechazos, de "tenerla" más difícil que el nativo de un país. Creo que la vida del extranjero es una de retos y encrucijadas, de desarmarse y reconstruirse continuamente. Una vida de aprendizajes centuplicados, de mil oportunidades para devolver todo lo bueno que te han dado, y de dar bondad ahí donde te dieron desprecio y rechazo. 

Ahora puedo entender las palabras de mi colega Andrés Romero cuando afirmó que la vivencia en el extranjero era algo que todo ser humano debería experimentar.   


Y sin embargo, no se deja de extrañar nunca el país del que provenimos. 
   

Comentarios

  1. Totalmente identificada con tu escrito. Te amo, mi niña!

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    1. Mucho me honra haberte llegado, mi extrañada. Te amo igual! Un abrazote.

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