Nuevo año, diversas consideraciones.

     Es un nuevo año, ciertamente. Me ha sorprendido en sus incontables novedades (nuevo país, nuevas costumbres, nuevas personas, nuevas emociones... aunque estas últimas no son tan nuevas en verdad). Estos cinco meses fuera de Venezuela han transcurrido en medio de la adaptación, la buena compañía, la sensación de no pertenecer y el deseo de construir un espacio donde tenga la ilusión de pertenecer. Estar afuera, tal como lo sospeché, de mi cuenta ya, ha hecho surgir una Yo que desconocía, aunque no la desconocía del todo. Es una mujer impetuosa, decidida, y tan vulnerable como nunca lo fue en toda su vida dentro del hogar materno. Ha aprendido que esa vulnerabilidad es engañosa, porque no la abate, sino que le da más fuerzas, la hace peligrosamente más fuerte.
    El mundo en que me muevo, laboral, social, en líneas generales es mezquino, tan aferrado a sus tradiciones, a sus vidas conocidas; pero cuando veo esto, me digo que así era yo también cuando vivía en Venezuela. Estaba tranquila porque tenía un sinfín de cosas seguras que no iban a marcharse a ninguna parte. Estaba tranquila porque mi vida estaba ligeramente dibujada y cualquier imprevisto sería cubierto por los míos (familia, amigos). Aquí hay amigos a los que comienzo a adaptarme, y no hay nada de familia. Entonces surge una primera consideración: lo que vivo es la realidad de la vida. La vida moderna nos ha dado la ilusión de estabilidad, pero ésta es solo eso, una ilusión. Desde que el hombre es hombre y camina sobre la faz de la tierra, su vida es tan incierta y lo único de lo que puede tener certeza alguna es de su final, pues es inexorable. Las personas se aferran a sus empleos, a sus familias, a sus parejas, a sus rutinas, con la esperanza (ya no es esperanza, ya es convicción, y te tildan de loco si les pruebas lo contrario) de anular y desaparecer la inestabilidad e incertidumbre que es natural del vivir. Por eso tienen vidas artificiales, porque es antinatural quedarse estático en un solo lugar, cuando la vida es dinámica y está en constante movimiento. Por eso es antinatural haber vivido durante 25 años en el mismo lugar y con la misma gente. Lo que tengo ahorita es un golpe de la vida misma, de la vida en su manifestación más real, más cruda, pero liberadora, eso sí. 
    Lo segundo está estrechamente relacionado con lo primero, lo de la vida artificial que se vive siempre desde los puntos seguros y cómodos de la rutina conocida. Es quizá una manifestación de esta posición antinatural ante la vida: el miedo. Un miedo enfermizo que infesta toda posibilidad de cambio. La gente está dispuesta a besarle los pies al jefe más despreciable que tengan, por miedo al cambio. Está dispuesta a negarse antojos que siempre han tenido, por miedo al cambio. Está dispuesta a vivir en el autoengaño, por miedo al cambio. La gente ES, de hecho, infeliz y miserable, por miedo al cambio. Hay toda una serie de consideraciones que estoy estableciendo respecto al miedo, pero le dedicaré una entrada completa a ese tema que hallo tan fascinante como engañoso. Engañoso porque se metamorfosea de tal suerte que consigue pasar desapercibido cuando está en cada acto cotidiano y pequeño de nuestras vidas.
    Lo que he venido a hacer aquí, poco a poco se me va mostrando con todo su colorido (en sus matices más luminosos y también los más oscuros).  
    

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