Carta a un profesor de influencia nefasta

Ejercitarse en el encuentro con quien uno fue de niño es muy duro, pero es muy liberador también. Te permite entender mucho de tu presente y de las sombras que te atormentan. En mi caso, como docente, es mucho más poderoso porque existió una figura docente que en mi infancia me marcó de una manera irremediable. 

Nuestra niña interior tiene mucho qué decirnos en el presente - Imagen de Alexa en Pixabay

Hoy puedo agradecerle lo que hizo. Hoy puedo reconocer que sin ese rastro en mi vida no sería la profesora que soy en la actualidad; es más, seguramente ni siquiera me habría apasionado tanto por la docencia. 

Ahora bien, aunque es bueno agradecer, también es bueno interpelar al que te dañó, como un ejercicio de liberación. Por eso hoy comparto contigo este ejercicio y te invito también a realizarlo, porque es muy esclarecedor para el entendimiento integral de una, como ser humana, la revisión de quienes fuimos de niños. Aquí, mi carta a un profesor de influencia nefasta:

Al profesor Ricardo:

Es una vergüenza que alguien como tú pueda ser profesor. En especial un profesor de niños pequeños. De seguro fuiste abusado de pequeño, esa es la única explicación medianamente compasiva que puedo darle a tu comportamiento irracional de humillar a una niña de 7-8 años. Tú la dañaste, tanto como figura docente y figura masculina de autoridad. Gracias a ti ella empezó un largo camino de inseguridades en una de las áreas más importantes donde ella se había sentido en total confianza de sí misma. Hasta que te conoció, ella había dominado la habilidad de la lectura y la comprensión que resulta tan importante como base para desarrollar habilidades matemáticas y tú destruiste eso, por completo. Al humillarla en frente del salón de clases de manera repetida a causa de errores, errores de cálculo comprensibles de quien aprende los conceptos abstractos de la matemática, condenaste a esa niña a sentirse indigna y estúpida por muchísimos años, impidiéndole de esa forma alcanzar su máximo potencial, que sospecho no era pequeño. También contribuiste, Ricardo, a disminuir su espíritu independiente, a acallar sus curiosidades y esconderse por demasiado tiempo en las sombras de su autoconcepción magullada. Esto fue un duro golpe para su autoestima. Esa fue una de las razones por las cuales durante su adolescencia ella sintió como que le faltaba algo. Sus clases de matemática fueron siempre un problema al punto de desentenderse de Física, asignatura que le atrajo profundamente hasta que se encontró con que los números eran indispensables en esta disciplina. Ella podría haber sido una persona distinta sin tu nefasta influencia en su vida. Ella pudo haber estudiado algo completamente distinto sin tu existencia en su vida. Ella podría haberse dedicado a la ciencia hoy en día si tú no hubieras existido en su vida. 

Sin embargo, gracias a tu existencia ella ha entendido la importancia que tienen los profesores en las vidas de sus estudiantes. A personas como tú debería prohibírseles para siempre enseñar a alguien, mucho menos entrar a un salón de clases y considerarse profesores. Esta debería ser una ley global porque la gente como tú destruye sueños, posibilidades, habilidades, confianza. En una palabra, la gente como tú destruye el futuro de aquellos a quienes toca. Eso es imperdonable tratándose de un profesor. Por desgracia, de personas como tú está plagado el sistema educativo formal en la actualidad. En este, se contrata gente inescrupulosa como tú, gente sin ningún respeto por otros, sin ética, sin siquiera una dosis de empatía y conocimiento sobre la influencia que tienen los adultos en la vida de los niños pequeños. Se contrata gente como tú para enseñar a niños pequeños, y al hacerlo solo se perpetúa la cadena de sufrimiento. Tú reproduces la maldad que hay en el mundo. Tú reproduces la incompetencia que existe en el mundo. Tú también reproduces la ruina de nuestra sociedad, porque cualquier persona que como tú destruya los sueños de alguna niña, sus esperanzas, sus sueños y su autoconfianza, no está sino destruyendo los cimientos de la mismísima sociedad y de su futuro. 

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