Sobre la resiliencia de una madre

Unos días atrás leí una hermosa historia de esperanza y supervivencia enmarcada en una cápsula de investigación científica. Se trata de la teoría acuñada en las llamadas reglas del Serengueti que plantean, esencialmente, la maravillosa capacidad de regeneración que tiene la naturaleza ante la modificación de elementos en los sistemas que la componen. Me impresionó la noción que tiene esta teoría de algunos organismos y su influencia decisiva en la medra o el desmedro de organizaciones naturales (por ejemplo, la importancia de las estrellas de mar en el contexto donde viven para evitar la proliferación de almejas, mismas que desbalancean todo el sistema marino al que pertenecen). 

Las implicaciones de estas reglas en la comprensión que tenemos sobre el funcionamiento del mundo, tienen un principal impacto en nuestra vida como individuos. Si somos capaces de identificar los agentes de nuestra vida que causan nuestro florecimiento o decaimiento, también seremos capaces de regenerarnos: está en la naturaleza de la cual somos parte.

naturaleza

Ello me lleva a recordar la historia extraordinaria de una mujer a quien he tenido la dicha de conocer, cuya vida se vio impactada por un suceso que le cambió el rumbo y los planes. Dice la sabiduría popular que "ningún padre debería tener que enterrar a sus hijos", y es que se trata de una experiencia tan dolorosa como desoladora, porque... ¿quién podría llenar jamás el vacío de una creación tan maravillosa y perfecta como lo es un hijo, destinado a reproducir, en el mundo, el legado de quien lo procrea y lo alumbra? Estoy segura que nada llena ese vacío, y, apoyándome en la analogía de las reglas del Serengueti que mencioné al comienzo de esta entrada, dicha pérdida se equipararía a sacar a una de las llamadas "especies claves" de un ecosistema. 

No obstante, como la misma naturaleza ha demostrado, esas pérdidas no son irreparables, aunque pueda parecer lo contrario. Para algunas personas (los escritores, por ejemplo) la recuperación viene de la mano de las letras, de la ficción. Como ejemplo traigo a colación dos obras que abordan el mismo tema de la pérdida, pero desde posiciones encontradas: Isabel Allende, en su inolvidable novela-memoria Paula y la escritora ecuatoriana contemporánea, Daniela Alcívar Bellolio, en su Siberia. En ambas novelas el tema central, el más dramático y conmovedor, es la pérdida de un hijo, a diferentes edades y por diversas circunstancias. En el caso de Allende, su hija tenía 28 años y fallece tras un largo y doloroso coma que la autora sobrelleva refugiándose en la rememoración oral de su pasado a su hija inconsciente. Por su parte, en Siberia, la protagonista traduce en la culpa, el alcohol y los excesos, el dolor de la pérdida de su hijo recién nacido. En ambos casos la regeneración viene de la mano con la expresión doliente del dolor transformado en letras. 

El caso de Mariuxi Arroyo es singular y resulta genialmente inspirador porque va más allá de la expresión íntima transformada en verbo. Su hijo de 10 años, similar a la hija de Allende, parte después de una agónica búsqueda motivada por una enfermedad que al final arrebató, pero también regaló. Y esa es la metamorfosis única de la naturaleza: que el despojo y la restitución son dos caras de la misma moneda. Mariuxi lo ha comprendido así y decidió ponerse manos a la obra, trocando su dolor en acción. Es por eso que ahora lidera un grupo que ayuda a niños en situación de vulnerabilidad y también acompaña, comprende y abraza a mujeres que transitaron por la misma pérdida de un hijo. 

De ahí que sea tan maravilloso ver cómo la naturaleza es capaz de regenerar, de encontrar el balance y proyectar hacia el futuro su propia existencia. Creo firmemente que cuando ayudamos a otras personas, cuando les acompañamos y escuchamos, estamos siendo protagonistas de la eternidad que una y otra vez (al menos desde nuestra reducida perspectiva) multiplica la vida en cientos de vidas más, con sus balances y equilibrios. La resiliencia de una madre como Mariuxi, se asemeja a la de dos escritoras (y a las de todas aquellas desconocidas para mí), que han medrado más allá del dolor, para crear esperanza a partir del despojo de algo tan amado. La de Mariuxi me ha conmovido más porque se multiplica de manera activa y consciente hacia las vidas de otros a quienes ha decidido ayudar y acompañar. 

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