Días de adaptación con sabor a Ecuador (Parte 3ra)

    Sé que algún tiempo muy extenso ha pasado hasta ahora, querido hermano, pero pienso que nunca es tarde mientras se tiene vida y se tiene energías. Voy a proseguir con mi relato, que ahora que estás más cerca de mí quizá tenga un significado más vivo para ti y para las próximas experiencias que estás por vivir. 
  Mi oficial y completa segunda semana en mi nueva escuela trajo consigo varios cambios positivos en mi vida. Paula y yo la semana anterior habíamos intercambiado números telefónicos y medios de contactos sociales, y sentía que tenía tantas pero tantas cosas que hablar con ella, como si la conociera de antes y tuviéramos que ponernos al día. No sé si era el hecho de que su profesión se moviera entre la rama de la educación y la de la psicología, la razón por la cual me sentía tan familiarizada con ella, o acaso el hecho de que ella me refiriera las cosas que le gustaba hacer y cómo se sentía una marciana en su círculo social, porque era como la única que tenía esos gustos. Similar a ella me sentía yo. 
Tomado de: El Universo

    Por otra parte, mi primera impresión de la faceta positiva de las personas que me atendieron y recibieron a mi llegada a la institución, fue poco a poco y por distintos eventos (que se resumen a una sola palabra: intolerancia) diluyéndose. No podía esperar menos, pero como ocurrió tras haberme yo acercado de corazón a esas personas, la herida fue más profunda de lo que pude haber previsto en aquel momento; el dolor fue permanente y cubrió muchas otras instancias, muchos otros momentos posteriores. Había comenzado a vivir sola y me había aventurado como en caída libre a sumergirme en la cultura ecuatoriana. Ya había empezado el recorrido, pero me faltaba aún el delgado enlace de la convivencia entre venezolanos que muy pronto supe cortar. 
      Empezar a vivir sola fue como un sueño hecho realidad. Pero ese sueño y esa felicidad pronto se esfumaron (que somos muy contradictorios, ya lo aprenderás). Esa experiencia de vivir sola fue la que me permitió realmente adentrarme en el conocimiento de la cocina ecuatoriana, y particularmente, la cocina costeña ecuatoriana. Recuerdo aquellas noches a la salida del colegio en que me recomendaban uno u otro plato que ofrecieran vendedores ambulantes, entre esos se encuentra el choclo asado con queso y mayonesa, que resultó toda una interesante novedad y agradecía mi hambriento estómago de estar sin probar bocado desde aproximadamente las 12 del mediodía hasta las 7 de la noche en que salía de mi jornada laboral. También recuerdo los pinchos de chorizo asado, a los que acá se les llama "chuzos". También conocí esta bebida caliente y deliciosa llamada "morocho", que se parece a nuestra chicha, pero caliente. Y en la zona en la que empecé a vivir sola, probé el que hasta ahora sigue siendo para mí el mejor bolón que me he comido en mi vida. Al principio de mi vivencia sola en un departamento recuerdo que hice mercado un par de veces, para siempre tener comida en la casa y llegar a prepararme la cena, de modo que no gastara dinero afuera (que cuando vives solo caes en cuenta que el dinero se acaba más rápido que cuando vivías con tus padres), pero el atractivo de comer afuera siempre fue algo que me persiguió y se convirtió en un hábito cuando un día, al llegar de mi jornada de trabajo, me conseguí con la comida que había preparado el día anterior, afuera, intacta. Era como que de alguna manera en mi cabeza acostumbrada a vivir en una comunidad numerosa, la comida no iba a estar ahí al regresar yo; era como que estaba evadiendo la realidad de que estaba sola, lejos de casa, lejos de mis padres, lejos de mi tierra y de todo lo conocido: eso, lo reconozco, me impresionó tanto que no quise volver a llegar a comer en la casa, porque me deprimía tener que hacerlo sola.
     Me dediqué entonces a comer afuera casi todas las noches, y evitaba llegar temprano. Los fines de semana me volví asidua de Paula, sin ninguna de las dos planificarlo, pero lo cierto es que pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa. Podría contar con los dedos de una sola mano las veces que me quedé un fin de semana sola, porque me dediqué a conocer el mundo circundante a mí, el mundo ajeno a mi vida, me dediqué a conocer enteramente Guayaquil, y en general Ecuador.   

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