De cómo Ecuador me ha cambiado.

    Siendo un país tan cercano al nuestro, cuya historia independentista está tan cruzada con la propia, la verdad es que no tenía ni idea de qué me iba a encontrar en Ecuador en términos de semejanzas o diferencias. No obstante, el tiempo viviendo en este precioso país me fue enseñando poco a poco que son muchas las cosas que nos unen, pero que aún mayores son nuestras diferencias. Aquí va un breve recuento de aquellas costumbres locales que poco a poco han ido minando las costumbres venezolanas que traje conmigo, al punto de que ya hasta he olvidado de cierta manera lo que significa ser venezolana en la cotidianidad.

1. Nuestro sempiterno desayuno con arepitas aquí no es una realidad. Al llegar a Ecuador recuerdo que hice en dos ocasiones mi compra religiosa de la harina de maíz para prepararme mis desayunos con ese plato que es tan costumbre en nosotros, sin embargo, cuando decidí sumergirme de lleno en la cultura ecuatoriana me di cuenta que ellos no tienen un desayuno fijo así como nosotros lo solemos tener con la arepa. Tengo que confesarlo: quedé tan encantada con la diversidad de la comida ecuatoriana, que cambié mis arepitas por esto.

2. La forma en que solicitaba la parada en el transporte público de Caracas, dista mucho de lo que es una realidad aquí. Solía pensar que en Caracas los transportistas eran muy rudos y toscos, hasta que conocí a los ecuatorianos. Especialmente en Guayaquil, donde viví los primeros 8 meses de mi estadía en Ecuador, el choque fue impresionante. Aquí no vale eso de decirle amablemente al conductor que me deje en la parada, el también común “por aquí”, o apelando a su generosidad el “donde pueda por favor”. En Guayaquil, la norma es atreverse y acercarse a la puerta, en un gesto al conductor, de que el bus se está aproximando al lugar donde te quedas, aunque la velocidad a la que éste vaya te dé un poco de escalofrío por el miedo que te produce pensar en la perspectiva de salir fuera del bus en caso de una frenada violenta. En Quito, por otra parte, hay paradas fijas (cosa que no ocurre en Guayaquil), y para solicitar la parada existe un timbre que avisa al conductor que uno se queda allí.
El centro histórico de la ciudad. 

3. Los quesos, quesos, quesos, podría reconocer sin lugar a dudas que lo que más extraño de la comida venezolana es la variedad de quesos que allá tenemos. Aquí no existen, como en Venezuela, esos sitios de venta especializados solo en quesos. Recuerdo que cuando llegué, una de las primeras cosas que esperé encontrar fue una buena charcutería, y el solo nombre les resultó tan raro a mis amigos ecuatorianos que desistí de la empresa, comprendiendo con el paso del tiempo que la cultura “quesística” en este país no es como en Venezuela. Se habla bien del queso manaba (y es en verdad delicioso), pero es ese único tipo de queso que podría decirse distintivo del ecuatoriano.

4. La cantidad de comida. Aquí me di cuenta que los venezolanos en general comemos poco, en comparación con las montañas de arroz que acostumbran los ecuatorianos. Y es que comen arroz casi que en las tres comidas del día.

5. El plátano, en Venezuela era sinónimo de tajadas (o maduro frito, para mis amigos ecuatorianos), y en ocasiones muy particulares el patacón o plátano verde frito. En nuestra dieta el plátano, por lo general y exceptuando la región zuliana, se consume en su variedad madura. Aquí aprendí (especialmente en Guayaquil), que el “verde” es al ecuatoriano lo que al venezolano es la harina de maíz con la que hacemos arepas, empanadas, bollos, hallacas, etc. Nuevamente, confesaré que caí rendida ante los encantos de un bolón mixto (con queso y chicharrón) con caldo de carne y huevo frito, o una tortilla de verde con queso, huevo frito y café, como manera de comenzar el día. Sí, en verdad se acabó mi costumbre de comer tajadas.

6. El café. Mucho me sorprendió que aquí se toma café instantáneo, cosa que en Venezuela es una rareza casi que reservada para la repostería donde se requiere un toque de café en la mezcla. De modo que me olvidé de esa costumbre de tomar café coladito, porque ese tipo de café es muy raro conseguir y no me he afanado tampoco en buscarlo (reconozco que en Venezuela no fui muy aficionada al café). Aunque no es algo que me haya hecho una falta inmensa, sí es una costumbre que he perdido.

7. El cochino o chancho. En Venezuela, por razones de ahorro y salubridad, comerme unas costillas de cochino, o un cochino frito no era algo que podía hacer siempre, ni en cualquier parte. De hecho, solo comía cochino si era preparado por mi papá, o cuando iba a Barinas. Aquí, en cambio, y para mi inmensa felicidad, el cochino o chancho forma parte de la dieta normal y corriente de los ecuatorianos. Así que adiós a eso de esperar que mi papá comprara costillas, o esperar hacerle una visita al Llano, para poderme comer un buen cochino frito. Aquí siempre que me apetezca puedo comer “chanchito” con confianza e inmenso placer.

8. El buenos días “mañanero” y compinche de los caraqueños que aún sin conocerse se saludaban al montarse en un bus, es algo que aquí he perdido por completo. Eso no existe aquí (ni en la Costa, ni en la Sierra donde vivo actualmente).

9. Mi inapetencia por la sopa, aquí desapareció. Especialmente en la Sierra. La diversidad de sopas que tienen acá, supera con mucho lo que conocí de sopas en Venezuela. Allá no me gustaban mucho las sopas. Aquí me he vuelto loca por las sopas. De hecho, ya no me molesta que el almuerzo se componga de una sopa y un “segundo” (que viene a ser el seco), y hasta a veces lo echo de menos cuando no como fuera de casa. Tengo mis sopas predilectas: El caldo de bolas, la sopa de queso y el caldo de patas. No se diga más, aquí aprendí a amar las sopas.
Norte de la ciudad.

10. Las bebidas alcohólicas en Venezuela se toman por lo general bien frías. Aquí en la Sierra eso no es común. De hecho, algunos de los tragos que acá se toman son calientes. Me he quedado fascinada con uno en particular: El canelazo.

11. Tomar refresco o cola con hielo, ya no es una realidad aquí. “Al clima”, se piden, considerando que la temperatura normal de la ciudad de Quito oscila entre los 8 y los 15 grados. El uso del hielo aquí, en líneas generales, no es algo muy común para acompañar o enfriar las bebidas más de lo que ya parece que están, por influencia del clima citadino.

12. Aquí no se rascan, aquí se chuman. Y lo que queda al día siguiente de una rasca, no es un ratón severo, sino un chuchaqui que se cura, según los alegres costeños, con un buen encebollado.


13. El ají. En Venezuela era algo desconocido para mí en el sentido de incluirlo en mi alimentación. Aquí se me ha vuelto casi una adicción, y he conocido que hay distintos tipos de ají, pero el que puedo decir que es mi favorito, es el ají de maní. ¡Qué bueno es ese ají!

      Del mismo modo, muchísimas otras palabras venezolanas, coloquialismos, para ser más técnica, se han visto desplazados por completo por sus contrapartes ecuatorianas. Pero para referirme a eso tendría que hacer todo un apartado de coloquialismos. 

Comentarios

  1. Hermoso mi hermano(a).Lleva tu alegría,tu encanto tu solidaridad,pues eso he aprendido del venezolano.Gastronomía,disfruto el asado negro me encanta,hay muchas cosas parecidas que nos unen solo que varían y cambian el nombre si te pones a ver bien.Venezuela es nuestra madre.

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    1. Gracias por tu comentario, y es verdad, nos unen muchas cosas y nos separan pocas. Un abrazo.

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