Torpedo.


         Un torpedo siniestro expulsado a las complejidades del mundo ordenado y civilizado, irrumpe en la escena de golpe y sorprende a todos los que lo ven; intruso indeseado y vergüenza de quien le da origen. Notar su aparición es asunto reñido entre su autor y los que le rodean, pero todos acuerdan en ese lenguaje corporal y silencioso, hacer como si nada hubiera pasado. La ocurrencia de este fenómeno es casi tan frecuente como el nacimiento de niños en el mundo, y sin embargo nunca deja de impresionar por la espontaneidad con la que sucede.
         Carlos era el dueño del torpedo; su respiración violenta causó su aparición, y una vez que lo vio quiso mostrarse indiferente, pero la conversación que llevaba con su vecina se tornó cada vez más nerviosa e incomprensible.
         Mariana lo vio y sintió vergüenza ajena; no era su torpedo y aún así sintió su rostro enrojecer, entonces desvió la mirada de Carlos y sutilmente se llevó la mano a su nariz, tanteándosela.
         Guillermo observó atentamente el trayecto que hizo el torpedo hasta perderse en el piso de la cabina del tren donde estaban. Entonces miró directamente a Carlos y sintió un profundo asco hacia él.
         Gonzalo no quitaba los ojos del periódico que tenía enfrente, pero justo en el momento que desvió la mirada por un instante, observó en primera fila el despegue del torpedo proveniente de las profundidades de una caverna oscura y desconocida en una fosa de Carlos. Permaneció un instante contemplando la actitud nerviosa de Carlos, que intentaba mantenerse normal aún cuando había sido el primero en ver lo que salió disparado de su nariz, y luego volvió su atención al periódico, pensando con indiferencia que eso le pasaba a cualquiera.

         Rora también fue testigo de los segundos de existencia del torpedo, y los segundos que le siguieron a su desaparición, transcurridos en incomodidad total. Largó una carcajada interna que se manifestó en sonrisa burlona en el rostro y observó a Carlos midiendo cada gesto que hacía y cómo gesticulaba exageradamente. Sin duda alguna, durante los siguientes segundos la mente de Carlos estaría en reprocharse haber soltado eso tan notoriamente; con mucha sutileza, cuando habían pasado suficientes minutos del evento, se palpó la nariz y recobró su actitud de confianza para seguir conversando con su vecina.

Comentarios

  1. ¡Jajaja! ¡Buenísimo!

    Escribe más sobre esas armas de destrucción masiva que atentan con la tranquilidad y monotonía de la cotidianidad.

    ¡JAJAJA!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Días de adaptación con sabor a Venezuela.

Palo que nace dobla'o...

De las sutilezas que tiene la discriminación