De esas batallas donde uno se rinde.


Leía en estos días una cosa que escribí hace tiempo. El escrito era en realidad bastante bonito, bastante rosa; de hecho, algo así se titulaba: “Un poco de rosa...”, pero la cosa que leí y que me motiva a escribir aquí, así como el efecto dominó, funciona como la primera pieza que desencadena la caída de las demás, así, en mi mente, esta cosa desencadenó el pensamiento de lo demás: yo había creído en ella y ella sólo me había fallado. Esa oración enunciada tan sencilla, tan llanamente, reflejó con exactitud mi conflicto de cierta época lejana; momento de profundo dolor, abatimiento y decepción. Afortunadamente yo no me quedé ahí, decidí sobreponerme al dolor y al miedo, y volver a reconstruir mis ilusiones, mis sueños. Desafortunadamente, hay personas que concentran en esa oración enunciada tan sencillamente, tan llana, todas las energías de su vida, y entonces dejan de luchar. No hay cosa peor que dejar de luchar. Luchar es sinónimo de estar vivo, de tener algo de sangre caliente corriendo por las venas, y con esto no me refiero al proceso físico-químico que ocurre en todos los que estamos literalmente vivos, sino más bien al proceso metafísico, la actitud hacia la vida, hacia ciertos aspectos de la vida que la mentalidad progresista moderna y postmoderna miran, paradójicamente, con mucha reserva. Vivimos en un mundo contradictorio, lleno de doble moral, doble mensaje, doble cara, comenzando por la máscara que se nos obliga a ceñirnos para representar este teatro de vivir en sociedad; es cierto también, vivimos en una época de incertidumbres, donde nada es duradero y todo está constantemente en movimiento; vivimos en un mundo de pobreza intelectual, pobreza mental. En medio de tanta inestabilidad, aferrarse a algún elemento enraizado, arcaico, antiguo y duradero (que parece que lo viejo es sinónimo de estabilidad), proporciona una base sólida donde se puede mirar más allá del momento. La lucha es un elemento enraizado, antiguo y duradero, y el que deja de luchar por alguna causa, cualquiera que ésta sea, se pierde en el momento y es prontamente sustituido, removido y cambiado; sustitución y cambio que ocurren primeramente para el sujeto y después para cómo se desenvuelve ante los demás.
De cómo se rinde uno ante las batallas, de cómo hay batallas que uno considera vencidas cuando el vencido es uno mismo por renunciar a ellas, de cómo hay ocasiones donde es más fácil resguardarse en lo seguro que volverse a lanzar a los abismos de lo divinamente inseguro, de cómo es más fácil rendirse. Quizá Cervantes escribió para nosotros, para esta época de facilismos y banalidades, quizá su inmortal Don Quijote nos cachetea hoy y nos demuestra la superficialidad en la que vivimos al estar sujetos a lo que construyen los demás como "realidad" y no confiar en aquellas cosas que nadie más ve pero que nosotros sabemos que existen, que son una realidad; quizá el Quijote es la perfecta demostración de que los locos son los parámetros sociales que pretenden determinar lo que es real y lo que no; es el epítome de la lucha por sus ideales, literalmente contra viento, marea y sociedad, contra la sociedad de la razón. El Quijote como el modelo de una vida de lucha por aparentes causas perdidas, una vida de convicciones y de luchar por ellas; no es gratuito que cuando Don Quijote deja de luchar (cuando el imperio de la razón destruye su convicción) deja de vivir en el sentido más literal de la palabra, pero es un hecho que nos invade cuando dejamos nosotros de luchar, nos corroe y nos alcanza, en el sentido más figurado de esa palabra.
¿Cuántas batallas hemos librado? ¿Cuántas hemos alcanzado? ¿Cuántas hemos perdido por habernos rendido? ¿Cuántas hemos dejado de librar por creer haber perdido? ¿Realmente se pierden batallas o es nuestra incapacidad de perseverar a pesar de las dificultades las que han creado esa noción de “pérdida”? Yo me mantengo fiel al consejo con el que finalicé aquel escrito, me mantengo fiel en el silencio y la sombra, en la paciencia y la calma, en la distancia y el tiempo: Luchen por lo que quieran... Luchen y nunca se rindan.
 
Yo no me he rendido —aunque te haya dicho lo contrario—, sigo luchando.

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